[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

30.4.11

Aves para un voraz [capítulo seis]

seis

Perdido entre los personajes y el castillo, el frío no lo perturbaba. Aunque las antorchas del pasillo siempre causaban un ambiente tibio en medio de la hosquedad del aire, el frío calaba los músculos de los demás presos. Max, sin embargo, nunca tiritaba leyendo. En la celda de al lado, unos gritos que venían desde el día anterior interrumpían su lectura con frecuencia, pero el castillo lo inundaba de nuevo en dos líneas, nada era tan libre como ese viaje de papel, ni el olor a zanahorias podridas que venía desde un rincón, ni su espejo ahora roto gracias a los malentendidos, ni su techo de grietas que nunca le respondía reclamos. Unos sonidos en el pasillo desviaron su atención por un segundo mientras el personaje del libro tomaba un sorbo de algo llamado ‘vino’. Era un sonido de llaves; unos pasos que conocía, también. Pasos de botas.

El Rojo golpeó un barrote de metal y presentó la visita. Sin esperar alguna autorización, dejó entrar a un muchacho rubio con una mirada penetrante y distinta a la que el viejo conocía. Sonreía con demasiada alegría y rebosaba de entusiasmo en sus gestos. Esa sonrisa también la conocía, muy bien al parecer.

¿Qué me escond--?

El viejo entrecortó las palabras en el abrazo envolvente que le dio el muchacho y simplemente respondió de la misma forma.

— Te traigo el Sol, Max, encapsulado—dijo Rej emocionado, mirándolo a los ojos.

El viejo puso ojos confusos y simplemente golpeó amistosamente el pecho del otro.

— Deja para otro día las figuras y dime qué es lo que no me cuentas, sabihondo.

Rej sonrió sin mostrar los dientes y se aseguró de que nadie fuera de la celda estuviera viendo. Sentó al viejo en la cama y se levantó su camiseta blanca. Los ojos de Max siguieron confusos pero estaban ahora más perturbados. Quitó la mirada.

— Dime que ese pájaro no es de verdad —dijo el viejo, obviando por un momento el hecho de que una jaula estuviera incrustada en el cuerpo de su amigo.

— No gorjea porque yo lo controlo. Y está vivo, te dije que se podía.

— Estás loco, Rej —dijo el viejo en un bufido y evitando a toda costa volver a mirar ese estómago–. Por favor… si no te encierran por los pájaros, te quemarán por enfermo. En serio, hasta yo estoy preocupado por…

Dejando la frase inacabada, el viejo se cubrió los ojos con los dedos antes de empezar a llorar. Rej se sentó a su lado cubriendo de nuevo su vientre y poniendo su brazo alrededor de los hombros del otro.

— Y qué más da estar loco si es para ser libre. ¿No quisieras estar loco como yo? Podría ser una ventaja para ti, un hombre encerrado por tanto tiempo como dices…

El viejo quitó sus manos para ver a la cara a Rej y preguntarle de nuevo:

— ¿Qué es lo que no me cuentas, Rej? Dímelo enseguida, bastante oprobio he visto en el mundo como para tener que lidiar con tus ideas sin contexto… Tú no estás bien, yo…

— Cállate —interrumpió Rej sin sonreír—. No estar bien es algo positivo. Si yo ‘estuviera bien’, tendría que estar alimentándome de posiciones vasija cada vez que sale el Sol. Lo único que haría para acomodarme socialmente sería trabajar en los cultivos, pero eso no me motiva más que lo que perdimos por ambiciosos. Me llené de una sola ambición todas estas semanas sólo para que al final no tuviera que tener ninguna otra, ni por voluntad ni por reacción. Ya me he dado cuenta de que la ambición sólo constituye el pilar de la guerra y la condena autoinfligida de vivir como ciegos si no fuera por las antorchas que nos dibujan el mundo cuando es de noche. Condenados a sólo poder ver sin artefactos durante una hora al día sí es algo que yo me cuestiono, no como la masa que lo toma como un milagro al cual le hace tributos. Es un castigo. Vivir así, eso sí que es estar loco, Max.

El viejo no lo miraba pero ya había calmado sus lágrimas.

— La ambición me condenó a mí a esto, Rej. Qué bueno que te des cuenta de sus alcances, pero…

— Crees que no sé tu verdadera historia, Max, pero Karla me la contó. Y cuando me dijiste que aborrecías tus descubrimientos, sé a qué te referías. Pero mira que el castigo vino después, tú no podrías haberlo sabido de antemano. Es fútil culparte; no eres del todo victimario como crees. Estar en la capacidad de vivir eternamente era un sueño muy provechoso en la era antes de los bombardeos; en tu era. De verdad valía la pena apostarle a la inmortalidad. Y si en el camino hacia ella terminaste provocando una guerra sin precedentes, Karla y yo sabemos que no era tu meta. Que fuera de ti había un conflicto político de intereses que desencadenó en una tiranía genocida. Eras un instrumento de las ciencias, de tu gobierno, de tus superiores. Estabas en la mitad de la jerarquía, debías seguir órdenes de La Cúpula…

— ¡No! No… yo pude haberme negado.

— Serías huesos hoy, te habrían desaparecido.

— Tú mismo lo dices, Rej, ¡me falta osadía, locura! Y me faltó esa vez… de qué me servía acceder si era un esclavo más moviendo el engranaje del fin del mundo. ¡Entiende eso, Rej! Casi todo lo tangible desaparece sólo porque no me negué a--

— Si te hubieras negado alguien más lo hubiera hecho, no te--

— ¡No, no, no! Yo pude haberlo parado, pude haber destruido las fórmulas, incendiado el laboratorio, yo poseía la única cantidad existente del explosivo que casi pulveriza la Tierra. Me la habían confiado y sabía cómo neutralizarla antes de que la usaran… ¡AAAH! De sólo recordarlo no sé ni cómo percibirme, me odio, Rej, es más que en serio, saber que esto no tiene fin, saber que--

—Max… —interrumpió sosegadoramente Rej— Tenías que acceder. Tenías que seguir vivo para contar esta historia luego, como ahora. Esta época ha derivado de todos los cambios organizacionales que se dieron luego de los bombardeos. Las religiones prácticamente se adjudicaron la razón y los partidos políticos sólo prometieron ciudades esterilizadas. La alienación fue inevitable, siempre lo fue, no podías haber--

— Rej, por favor —dijo el viejo sollozando de nuevo—, vete ya, esto es torturante.

— ¡No, Max! No te voy a dejar… El mundo necesita tu historia, por eso no te dejan ni siquiera ver el Sol… porque saben que si no puedes morir deben aislarte de cualquier modo.

— ¡Pero eso no tiene sentido! Me habrían enviado a una isla cercada, ni siquiera te dejarían entrar a ti…

— Max… ¿recuerdas a mi primo del gobierno? Pues no existe. Mi primo soy yo. Soy el que está allí metido aprovechándome de los privilegios corruptos. Nada que el clientelismo no pueda hacer. Trabajo detrás de la cortina, no soy personaje público. Pero parte de la planeación de Merton está a mi cargo, es como…

— ¿Y Karla? ¿Cómo la dejaban entrar a ella, entonces?

Sorprendido por la pregunta tan abrupta, Rej guardó silencio por un momento.

— Tenían un acuerdo que ella… luego incumplió.

Los ojos de Max se llenaron de un miedo que lo hizo levantarse y recorrer su celda. Los jadeos aparecieron en su garganta.

— La mataron, ¿cierto? —dijo el viejo entre sollozos.

Rej miró al suelo sin responder. Max rompió a llorar como nunca antes Rej lo había visto, y abrió la boca pero no dijo nada, cualquier frase sería palabrería. Escogió el silencio mientras Max ahogaba su tristeza junto al lavamanos. Una patada envió los libros de una pila al suelo y un puñetazo tumbó el trozo de espejo que aún pendía de la pared. La ira y la desolación se mezclaban para convertir el aire frío de la celda en un desierto nevado. Rej empezó a ordenar en su cabeza las siguientes oraciones, el tiempo no era eterno y la charla ya se le había salido de las manos.

— Max, no planeaba contártelo. Pero necesito que te levantes y me escuches…

— Vete, Rej, por favor. Es la primera vez en mucho tiempo que de verdad ansío estar completamente solo. He vivido solo toda esta condena, déjame seguir así y no vuelvas. Por favor…

Rej vio todo hundirse ante sus ojos. Con la boca abierta, sólo se le ocurrió acercarse de nuevo a su amigo al otro lado del salón.

— Max… Max, mírame. Mírame.

El viejo se hacía ovillo en el suelo de la celda y cubría su cara con sus brazos.

— Max, Max, amigo, sigue conmigo… ¡Max! —gritó Rej con verdadera imponencia. El viejo lo miró con unos ojos enrojecidos y opacos—. Karla no fue la primera ni la más reciente. Te lo digo porque te necesito. No se vale ‘estar bien’. No ahora estando todo como está. El mundo está ciego y sólo el fuego lo puede salvar. Un fuego con alas, un Sol que lo haga volar, despegar. Ser libre. Ningún gobierno tiene porqué esconder la Luz. Vivimos en la oscuridad la mayoría del día como para conformarnos con esta tiranía ideológica. ¿Me ayudarás a quitarle los velos sucios y a dejar que Qaidria vea esa Luz de una buena vez?

— ¿Cómo se supone que eso pasará? En definitiva estás loco. Eres joven y obstinado. Ambicioso. El mundo no nos necesita.

— ¡Abre los ojos, Max! ¡No te enceguezcas también! Escucha lo que te digo. Exponiéndole al mundo tu historia, las cosas podrán cambiar. No hablo de cortos plazos, pero se debe empezar con la primera piedra. Dicen que las historias no cambian al mundo pero el mundo mismo ha cambiado la Historia. Hay que revertirlo.

— ¿Y eso cómo va a pasar, si según lo que me dices soy un aislado? No saldré de aquí nunca, ¡no hay modo alguno!

Rej tejió una sonrisa triunfal en su cara una vez más. Se aseguró de nuevo de que no hubiera guardias en el pasillo y levantó ante Max su camiseta blanca. El ave dorada seguía allí, enmudecida tras los barrotes.

— Esto no es un animal, Max. Esto es el Sol que al mundo le hace falta y que lo alumbrará más de una hora al día.

— Todos somos animales, muchacho. Y ver a esa gota de vida ahí encerrada me recuerda a mí. Esto es absurdo, Rej…

— Qué imposible te haces, viejo. Te arrepientes por haber sumido al mundo en el infierno y ahora que puedes revertirlo rechazas la belleza de los absurdos.

Max no dijo nada y lo miró fijamente.

— Esto —dijo Rej mostrando al ave dorada— será primero tu libertad antes que cualquier cosa. Y cuando tú seas libre, el ave también lo será. Aunque la encerré sin su permiso, te juro que esto también le beneficia, Max. Allá afuera las matan por prejuicio y leyes.

— Utilitarista —dijo el viejo.

— Conformista —dijo Rej—. ¡Confía en mí! Sólo dame vía libre y te juro que saldrás de aquí hoy mismo.

— No te entiendo nada, Rej, ¡sé claro!

— ¡Está bien, está bien! —dijo el muchacho exasperado por la falta de concreción por ambas partes. Tomó un respiro y habló—. Si la tragas te dará alas, literalmente. Podrás volar y escabullirte. Me abrí el estómago para tener cómo sacarla luego y te la traje para que te escapes. Aj, yo sé que es mucha información inverosímil para asimilar en poco tiempo, Max, pero…

El muchacho miró al viejo a los ojos. No halló más palabras para justificarse. Su garganta se abarrotó de aire y nada más la llenó. La mirada del viejo no dejaba de aullar completa confusión.

Miró su reloj de cuarzo. La Hora del Fuego estaba aproximándose.

—Max —dijo el muchacho, implorante—. Si la tragas… Y sí, estoy loco porque te quiero libre, Max. Esta es… Tú eres… mi mayor ambición.

Max lo miró consternado, tartamudeando.

— ¿Te-- te--…?

El viejo no aguantó un ataque de risa. Ya su cara mostraba menos el dolor que había sentido minutos antes. Rej no entendía su reacción.

—Y si la trago —dijo el viejo—, ¿me deja enloquecer también?

Rej sonrió. No aguantó la risa y lo ayudó a levantarse del suelo. Se miraron fijamente por unos instantes y no ocultaron las ganas de abrazarse.

—¿Puedo asarla antes? —dijo el viejo en broma.

—Ja, no, no puedes. Ellá vivirá después de todo, lo prometo. Así tiene que ser. Tienes que… escúchame, Max, no queda mucho tiempo. Escúchame. Voy a abrir la jaula--

—¿Y la sacas y me la… me la como? —preguntó el viejo.

—Por ridículo que suene, sí. Cuando cuente tres, abriré la puerta y deberás meter la mano de inmediato para agarrarla. Una vez salga de mí, empezará a chillar y vendrán los Rojos, ya no la podré calmar. Tiene que ser algo sincronizado, Max, estoy hablando muy en serio. Una vez la tragues, no la mastiques, deja que vaya entera y, cuando ya esté adentro… sólo vuela hacia afuera. De inmediato sabrás cómo. En Merton está de noche ahora, pero sabrás encontrar el camino antes de que salga el Sol.

Max asintió aún absorto. Decidido a recuperar el aire exterior, cerró los ojos un momento y sonrió mirando a Rej.

—Eres un héroe, muchacho.

—No —dijo Rej decidido y mirando al techo—. Empezaré, ¿de acuerdo? —Max asintió concentrado—. Uno… —empezaron a oír ruidos en el pasillo; el viejo alistó su mano—. Dos… —Los dedos en la puertecita de la jaula y unas llaves que sonaban cerca. — Sólo habrá Sol para uno de los dos –murmuró el muchacho, sonriendo de nuevo en un estado de gracia—. ¡Tres!



La jaula vacía en el vientre y la noche que se volvía eterna en medio de sus ojos abiertos. Pero aunque su cuerpo yaciera en esa celda subterránea sin volver a tocar un árbol nunca, la Luz del Mundo era ahora libre. El Sol volvía a la Tierra, permanentemente.


***


ilustración: jsru, ©2009
(clic sobre imagen para ver a pantalla completa)

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