[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

25.7.10

Mi veinte de julio y las tres Independencias

* (fechado el 21 de julio de 2010)

Ayer veinte de julio, Colombia celebraba el bicentenario de su Grito de Independencia. En cambio yo pensé en la Independencia como en un plan. No me contento con un Grito de hace doscientos años, ni con una Batalla de hace cientonoventayuno, ni mucho menos la Guerra de hace cientodoce, ni revueltas de hace sesentaydós. No es porque menosprecie su valor sino porque en la Historia se consideran batallas de antaño, ya ganadas. Prefiero acompañar resistencias existentes desde hace quinientosdieciocho años, las rebeliones de hace cuatrocientosdiez y las protestas armadas de hace trescientosveintinueve y transformarlos en la actualidad en movimientos activos, en prioridad nacional, en deber de mi generación y en meta de mi vida.

Son estas unas verdaderas motivaciones de Independencia, las que también son mías porque son nuestras, por las que todavía se lucha y por las que trabajamos con entrega y sin excusas.

Hubo quienes pasaron el día del Bicentenario marchando en señal de protesta desde los llanos del oriente, las montañas del suroeste, los ríos de arriba y las selvas de abajo, todos para congregarse en una Gran Asamblea Indígena, Campesina y Afro en Bogotá, la capital. La llamada Marcha Patriótica y Cabildo Abierto (MPCA) fue una marcha verdaderamente sentida, resistente, motivante y por sobre todo, hermosa. En cambio hubo otros que celebraron el Bicentenario viendo a los otros marchar (no la MPCA de protesta sino una de exhibición coreografiada, fusiles al hombro y bandas de guerra, cantando Oh, gloria inmarcesible mientras escuchan ar y se ponen a discreción al frente de la falsamente cómplice estatua de Bolívar, quien los acompañaba por la llana razón de que no puede moverse mas no porque representara a todos aquellos marchantes uniformados.)

Y aunque no pude acompañar presencialmente mucho tiempo la Marcha Patriótica por estar haciendo un trabajo para una Fundación en la que soy voluntario, estuve de corazón todos estos días y escuchando atentamente a los líderes hablar durante una de las paradas.

La tarde de este veinte de julio bicentenario, cuando cansado llego a mi casa a eso de las cuatro y media y me disponía a editar un video, me encuentro en la entrada de mi casa un ejército de bolsas negras llenas de revistas, libros, juegos de mesa, cuadernos viejos, anuarios, trofeos, artesanías, lámparas, papeles, tarjetas recortadas, fotos rasgadas, óleos en tubos, un casco de karts, diskettes de 3’’1/2, latas, botellas, cables que nadie usa…

Cuando pasé por el cuarto de Felipe, mi hermano mayor, estaba tal cual me lo imaginé: había rincones vacíos (vaciados), el cuarto más abarrotado de la casa por fin volvía a tener paredes que podrán ver la luz otra vez. Ese ejército de bolsas negras no marchaba con coreografías militares ni en resistencia, pero aun así se irían a otras patrias, viajaría a llenar otros cuartos, paredes y casas con sus contenidos. Ignorancia la de esos lugares (y sus habitantes) del pasado prócer de sus nuevos inquilinos, Las Cosas de mi Hermano: el pasado de su adolescencia y previa niñez, de sus anotaciones y proyectos, aficiones, ires, gozos, venires, lamentaciones y propósitos. Allá va buena parte de su historia en ese ejército de plástico negro…

Y también ignoran esos lugares (y sus habitantes) que sus nuevos inquilinos, Las Cosas de mi Hermano, son el patrimonio vivo de otro Grito de Independencia: Felipe se irá en un mes a estudiar un año en Bélgica. Dudo que luego de ese año vuelva a vivir a esta casa, ya superó el cuarto de siglo y es muy probable que estando allá haga una familia con su novia Andrea (que claro, más que una posibilidad son ganas mías de ser tío). No puedo refutarme al recordar cuán nostálgico me puse al encarar ese ejército de bolsas negras por primera vez. No puedo refutarme al recordar que el Grito de Independencia de mi hermano es un grito lejos de la barbarie y la codicia de las que ha tenido el país, es un Grito agradecido con el feudo (mi hogar) y sus reyes (el señor Reina y la reina Ortiz, mis papás), es un grito que toda persona vivirá algún día cuando ya comprenda que creció y que puede desligarse porque el mundo ya no le queda grande.

Toda persona, incluyéndome. Creo que eso fue lo que más me afectó ayer en la tarde, la inevitable verdad de que si él lo hará pronto, pronto lo haré yo. Y mi temor no es perder mi dependencia sino desmerecer mi emancipación. ¿Por qué razón me iré cuando me tenga que ir? ¿Trabajo en otra ciudad, estudios en otra ciudad, matrimonio (jajaja), hijos (JAJAJA), apresamiento, viaje indefinido, presión externa, delirio de sanguijuela?

Cuando se dé mi Grito no será fuerte, en mi casa nunca me enseñaron a gritar. Mis viejos me agradecerán el que me independice como caracol y saque mi hogar de este hogar para llevármelo a uno nuevo, el que les deje aspirado el nido de mi adolescencia y previa niñez, y el que les siga pensando y queriendo incluso en otros lugares (y con otros habitantes), a ellos, mi verdadera Madre Patria. Cuando se dé mi Grito, será a mí mismo a quien primero deje sordo.



Análisis del grito ahogado

La cabeza gira confiada y a la vuelta de la nuca viene raudo un balón de fútbol que, antes de golpear en la cara, logra identificar el sonido único de una corta y contundente inhalación, tan corta y tan contundente que paraliza a toda la cara, a toda la cabeza, al cuerpo, a los reflejos, a la conciencia. Esta corta y contundente inhalación, antes de recibir el golpe (y sabiendo que es un hecho), es la causa alcahueta del golpe mismo. ¿O al revés, el ver un golpe inevitable hace que se paralice el cuerpo en una bocanada de aire impulsiva?

Así o asá, esta bocanada inconsciente aparece en muchos casos: una corazonada (buena o mala), un dato recién descubierto, una idea recién creada, un olfato a peligro cerca, una vergüenza de quien ha exhibido sus secretos, una esperanza que por fin se cumple, un último contacto con el cielo y antes de estar con la cabeza dentro del agua.

Peligro, angustia, creación, ilusión o presentimiento: se toma una corta y contundente inhalación como protesta a los malestares, a los éxitos y las vueltas de tuerca con las que nos cruzamos con más frecuencia de la que nos damos cuenta. Es por eso que siempre está el factor sorpresa rigiendo cada una de esas bocanadas de aire, la constante pregunta (y al mismo tiempo respuesta) del cuerpo a la frase “¿Esto está pasando en realidad?”. La inverosimilitud del suceso va acompañada de una necesidad corporal de aprehender algo real y verdadero, algo que pruebe que no se está en un sueño o en un libro. Antes que el trillado pellizco en el brazo con que se suele responder a esa pregunta que el cuerpo se hace, está el combustible del cuerpo: aire, que aunque invisible, está; aunque volátil, es; aunque viajero, permanece.

Si se puede respirar, dos garantías aparecen ante nosotros: la primera es que efectivamente la realidad nos está siendo expuesta y no nos da albedrío sobre su curso actual; y la segunda es que admitimos que nos agarramos de la vida porque extrañaríamos su aire, que nuestro cuerpo domina nuestra mente con cortas y contundentes inhalaciones que paralizan toda fisiología y razonamiento, que el hilo del que pende nuestro muy posible último respiro está al borde de la muerte misma, a la cual le tememos ciegamente porque llega sin preguntar y sin respetar motivos (bien llega con las tragedias o matándonos de emoción).

Admitámoslo, nos atamos involuntariamente a la vida porque si la muerte llega y nos encuentra desarmados, no queremos irnos con los pulmones vacíos ni dejar las ilusiones en el aire de los vivos.

16.7.10

Vértigo.

Cuando acostado acabé tu carta me di vuelta y la abracé creyendo que eras tú sosteniendo sobre un lado plano todas sus tintas negras.

Y cuando la hice a un lado fue porque ya me había despertado; tu sueño infundido me hace persona a las tres de la madrugada, con hambre de uvas, con ojeras viciosas, sin ganas de ir al baño y con ganas de combatir el frío que hace en mi cuarto.

Te amo por aburrirme y burlarte de aburrirme y por tildarme de chismoso por seguir leyendo, porque claro, según tú tenía que haber esa dicotomía, ¿no?, avancé más allá de la segunda página porque o me gusta que me aburras o porque soy un chismoso, ¿cierto?

Un poco de ambas y de ninguna. Epístolas tan cotidianas me inspiran a hablar menos y a agarrar más historias que el mundo desboca todos los días y que, ríos afluentes, se atraviesan conmigo y me incitan a un vértigo del que habla Kundera, uno que no es miedo a caer sino deseo de caer.

Cáete conmigo o llévame a caer contigo. O, como Baudelaire: "Avalancha, ¿me quieres llevar en tu caída?".

9.7.10

La vida en Un día en la Tierra: dos proyectos que podrían ser uno.

Deambulando por YouTube el pasado martes, encontré una convocatoria que me fascinó desde el primer momento en que la vi. Se llama "La Vida en un Día" (Life In A Day) y consiste en que el veinticuatro de julio de este año (24.07.10) millones de personas a nivel mundial salgan a documentar con cámaras sus vidas. Un sólo día, millones de videos, una sola película que se editará en el transcurso del año y se estrenará en el Festival de Sundance en enero próximo.

Miren acá el tráiler:



Sin embargo, investigando un poco las Bases del concurso, encontré que aunque es una película global, cuyo objetivo es retratar las diferentes culturas, rutinas, miedos y pasiones en todo el mundo en un sólo día, residentes y/o ciudadanos de Siria, Irán, Sudán, Cuba, Corea del Norte o Birmania no pueden participar por estar restringidas por los controles de exportación de Estados Unidos. Justo cuando pensaba que esta hermosa idea daría unos frutos impactantes a nivel antropológico cuando estuviera ya editada y que sería un verdadero experimento cinematográfico histórico (como indica su tráiler), encuentro un grave señuelo de discriminación. ¿Acaso no es la imagen-movimiento una plataforma de expresión abierta a todos nosotros, los humanos? El cine también es un derecho, el cine es la voz de las culturas, de los pueblos y las razas. ¿Por qué habría de ser un problema legal de tal magnitud el hecho de que un sirio envíe sus imágenes a la convocatoria, supuestamente global? ¿O un norcoreano cuya vida también sea digna de documentarse?

Fue un aspecto verdaderamente molesto para mí, no concibo que una convocatoria tan masiva, creativa e importante a nivel antropológico se viera limitada por controles legales (¿más bien políticos?). Uno de los objetivos del proyecto es crear una cápsula del tiempo para las próximas generaciones sobre cómo era vivir el veinticuatro de julio de dosmildiez, donde quede documentado a qué le temíamos, a qué amábamos y qué teníamos en nuestros bolsillos ese día de ese mes de ese año. Sé que suena un poco radical, pero esto es como si se sacara del Tiempo a las sociedades sirias, iraníes, sudaneses, cubanas, norcoreanas y birmanas sólo por restricciones legales, como si el mundo para ellas fuera un lugar aparte, alejado, una ventana privada de cine y, lo que es lo mismo, privada de voz y de historias.

Leyendo comentarios del video que puse arriba, leí por primera vez de otro proyecto llamado "Un Día en la Tierra" (One Day on Earth), al cual un usuario atribuía el crédito original de la idea del proyecto. Investigando llegué a la página oficial de esta última, y me di cuenta de que sus fundamentos y concepto principal es exactamente el mismo: hacer un documental con material proveniente de todo el mundo, grabado por ciudadanos del común y relatando la vida de siete mil millones de personas en un día, el diez de octubre de este año (10.10.10).

Acá está el tráiler de este otro proyecto:



Cabe aclarar que el tráiler de One Day on Earth fue subido el cuatro de abril de este año, y el de Life In A Day, el cinco de julio. Más que una preocupación de si es una idea 'plagiada' o no, mi preocupación es: ¿por qué no fundimos ambos proyectos? ¿Qué los hace tan distintos? La idea es básicamente la misma y el concepto manejado también es mediante la subida de 'primeras pruebas' (o rushes, tomas sin editar) a Internet (plataforma de YouTube), desde donde los jurados de ambas convocatorias eligirán el material de la edición final de ambas películas.

El potencial que tienen ambos proyectos es indiscutible, es verdaderamente un experimento cinematográfico histórico... ¿Dejaremos que se desperdicie haciendo cada película por aparte?

Desconozco si cada proyecto tiene conocimiento del otro. Sólo espero que el cine cumpla su función de siempre y sea una excusa para unirnos, transgrediendo este tipo de barreras... y, por qué no, también las barreras políticas.


ACTUALIZACIÓN 16.07.10:

Me he intentado comunicar con los gestores de ambos proyectos pero sólo obtuve respuesta de One Day On Earth. Según ellos, intentaron hablar con Life In A Day pero ellos se negaron rotundamente a acceder a una posible fusión.

Me hicieron caer en la cuenta la manera tan escamoteada con que trabajó Life In A Day por muchos meses, pues la convocatoria fue lanzada hace un par de semanas no más y con un rango inmediato. Pongo aquí el correo que me fue enviado traducido al español, ocultando el remitente por seguridad:

Hola Iván,

Gracias por tu amable carta. Me encantaría hallar una manera de trabajar con "Life In A Day". Desafortunadamente, parece que sus motivaciones pueden ser muy distintas al haber trabajado intencionalmente en secreto hasta hace un par de semanas y, a través de comunicados, nos dejaron claro que esto [unirse] no sería posible (así no es como se crea un movimiento). Mientras que mucho marketing de "Life In A Day" emula aquel de "One Day On Earth", creemos que el resultado de nuestros proyectos será muy distinto. Le deseamos lo mejor a "Life In A Day", que sus participantes tengan excelentes experiencias y que la película final sea un éxito. Desde ahí podemos aumentar las posibilidades de crear una película global como un proyecto donde la gente pueda hacer y ver más con sus contribuciones. Con tu ayuda iremos más al fondo, aprenderemos más y seguiremos creando entendimiento en nuestro siempre cambiante mundo.

Cordialmente,

XXXXXXXX
One Day On Earth

Viéndolo de esta manera, considérome participante hasta el 10.10.10.



3.7.10

Hombre con hambre, cigarro


Deambulando y cayendo. Callendo, más hondo, más a la baranda, más a la acera, más al caño y, por último, más al túnel, más al túnel.

El Hombre salía sin horario rutinario del túnel redondo, redondo, sin fondo aparente desde afuera y a plenas diez de la mañana. Bostezaba sin ganas (como si para eso se requirieran) y sin nada pendiendo de su cuello subía las laderas asfaltadas del caño y pisaba sin ganas (como si para eso se necesitaran) la vía negra de tres carriles.

Boyacá. La vía recibía un nombre igualito al de un departamento cercano. El Hombre pasaba con frecuencia un dorso por su mejilla, en parte rascándose una picazón de varios días, en parte quitando las huellas de polvo en su cara. La fuerza de sus dorsos se evidenciaba en una casi televisiva manera de limpiarse a sí mismo, de arriba hacia abajo, haciendo desaparecer como por magia de detergente toda esa armadu ra mugrosa, ese maquillaje hosco de hollín, de olla.

Rápido rodaban los carros por tres carrileras sin rieles donde se zigzagueaban a su antojo entre sí, rozando los conos naranjas de los podadores de pasto que trabajaban cerca, las vallas de desvío avisando las obras viales, los calibradores de ruta de bus que se paraban como fantasmas en mitad del camino... El Hombre había pisado el mundo del pito y el semáforo.

Caminando entre los carros, aletargado, el Hombre miraba cuidadosamente ventana por ventana. Parecía como buscando mirada alguna, parpadeo contemplativo, traslúcidos ojos que subyugaran vidrio delgado y grueso: buscaba reconocimiento. Ante la verdad ineluctable del hambre, su pedido debía superar la simple mirada fija a través de los cristales y pasar a la palabra. Ignorancia de los de adentro, cuyos vehículos eran carros o camionetas, de que el vehículo del mendigo era la necesidad.

El Hombre llevaba puesto un pequeño gorro verde, ahora negro por culpa de la ciudad. Bailaba los bambucos de su región en las cantinas que quedaban sobre la carretera de su vereda, junto a sus compadres labradores y su mujer amante (mujer y amante, la misma persona). No se excedía en licor ninguna de las noches que allí pasaba, no era un hombre de vicios ni de caprichos. No era un hombre de despilfarros en ocio o en hedonismos. No era un hombre de violencia ni de imprudencia. No era un hombre de sacrilegios ni de pecados. Era un tiempo verde, ahora negro por culpa de la desmemoria.

Una mano sobresalía de un carro en una esquina, bienintencionada en dejar caer tres monedas. La mano del Hombre llegó a tiempo para agarrarlas, antes de que el tráfico avanzara de nuevo. Eran las once y el trancón tenía cara de no querer descansar. Al Hombre no le agradaba del todo la idea de tener que moverse todos sus días por la calle. Esa masa de pavimento y pintura era una insaciable boca hambrienta, con dientes en las esquinas y múltiples gargantas, antropófaga y sociópata. Esta hostilidad era para el Hombre su mayor angustia, sobrepasada sólo por las imágenes que le venían en la noche, en el día, en la media tarde y a cualquier hora que visitara el redondo redondo túnel sin fondo. Ignorancia suya la de no entender ese túnel oscuro como una garganta menos benévola que la calle misma, que si de por sí el infierno de pitos, semáforo y cemento era un ahogo impuesto, el infierno de pipas, perica y pegante era un ahogo consciente. Su vida era una muerte cada noche y, lo que es peor, una nueva vida al inicio del día siguiente, un eterno pendular de infierno oscuro a infierno iluminado, un vivir caducando lo poco de lo que se podía agarrar: su discernimiento.

En el redondo, el Hombre solía adentrarse casi quinientos metros hasta el mayor asentamiento que conocía bajo la Avenida Boyacá. Aunque era su refugio contra el frío de las noches (mas no su lugar de descanso), prefería cargar todo el tiempo consigo sus pertenencias: poca ropa y una dosis renovable. Antes tenía una cobija que dejaba en su guarida durante el día mientras buscaba huir de la pesadilla del hambre afuera del redondo, pero un robo ocasionó que su filantropía se desvaneciera como el humo que inunda la olla, un humo huésped casi anfitrión. Con la confianza en los otros perdida, sólo podía permitirse confiar en sus recuerdos de labrador, de sus compadres, de sus bambucos y de su mujer amante, imágenes ahora carbonizadas en el fuego del desarraigo, la impunidad enterrada, el vicio depredador, la necesidad de sobrevivir en medio del abrazo de la oscuridad del túnel.



Otra mano aparecía sin avisar por una ventana de un carro pequeño, otras dos monedas más para los bolsillos. Dieron las cuatro y el Hombre sólo había logrado reunir lo suficiente para satisfacer a su estómago ácido; no le quedaría para la dosis de esa noche. Compró dos bolsas de pan y se sentó en la ladera del caño a observar cómo iba avanzando el sol hacia su propia muerte mientras comía. Masticando solo, se detuvo a observar las manos que sostenían el pan. Detalló la mugre en las hendiduras, las manchas en las arrugas, las líneas cansadas de sus dedos callosos, testigos del arado y el machete en un tiempo ahora negro. Esas huellas en sus manos le hicieron caer en la cuenta del tiempo que había pasado desde que ascendió del infierno oscuro, hacía ya unas horas. Dejó el pan a un lado mientras contemplaba aún sus manos y al alzar un poco los ojos encontró en el suelo del caño un charco de agua. Avanzó con algo de torpeza hacia él y al alcanzarlo empezó a lavar sus manos lentamente, intentando liberar a sus arrugas de la cárcel del tiempo, de la hoguera de sus días, del peso desmesurado del hambre que su cuerpo gemía por acallar. Estas líneas cansadas, estos surcos de carne añeja, estos desagües de agua seca: todos se aferraban rebeldemente a la suciedad. Era una batalla del cuerpo contra el amo, del esclavo contra el Hombre. El cuerpo se vengaba por fin del atropello del desahucio, sufrido desde que el amo tuvo que huir de la vereda tras un fuego cruzado del que era ajeno. Aunque la huída del labrador no fue a voluntad sino una sinsalida, ignorancia del cuerpo la de no discernir por qué ahora no se come, por qué ahora toca recurrir a supletorios. El hambre era ahora saciada a punta de polvos, pipas, pegante y pepas, era una decisión de engañar al estómago y de engañar a la vida y de engañar a la verdad. Era una protesta contra la supervivencia, era un hedonismo y a la vez una camisa de fuerza, era un ansia irremplazable que tomaba como excusa el no tener comida para alimentar al cuerpo. El por qué se decidía residir en un ahogo consciente y no en un ahogo impuesto, era que el consciente se tornaba inconsciente gracias a los efectos de los supletorios. No sentir que se sufre era lo mejor de sus noches, el descubrir que seguía vivo era lo peor de sus días. Sus arrugas se mantuvieron sucias. Su deseo de limpiarse cesó cuando dieron las cinco.

Se acercaba la noche y le angustiaba la idea de tener que sufrir esa noche totalmente lúcido. No ansiaba otra cosa que olvidarse de que estaba vivo, de no tener que rendirle cuentas a su intestino furibundo, de no tener que cargar el peso de ser un hombre con hambre que deambulaba sin rumbo y sin fin en medio de una garganta asfaltada que lo digería cada vez más y más y lo convertía en mierda seca y agria a cada paso que daba. El cielo sobre su cabeza, ya morado, ya naranja, ya de noche y sin vida, le recordó que era un hombre, que estaba en el mundo, que seguía vivo y que era consciente de estarlo. Y él no podía hacer nada ante eso. Nada que no supusiera el término de sus pasos, de sus aspiradas de popper, de las arrugas de sus manos sucias, de sus noches inconscientes. Nada que no consistiera en convertirse en su verdugo. Y ya no era el infierno de la calle lo que más le angustiaba, sino el deseo de querer mezclarse con él por necesidad.

Necedad. Encontró una moneda de doscientos pesos tirada en un lado del caño. Consideró un último placer, lejano a los de rutina. En un puesto ambulante en una esquina compró el único cigarrillo de tabaco que podía costearse con eso y pidió candela y se alejó hacia el caño, el purgatorio entre dos infiernos, el único ambiente neutral que conocía cerca. Chupada tras chupada, miraba el cigarro entre sus manos llenas de historias. Lo miraba y le agradecía por dejarlo en paz con sus intestinos furibundos. Lo miraba y le agradecía por hacerlo recordar cómo fumaba su mujer amante cuando cocinaba en el tiempo que era verde. Lo miraba y se agradecía por haber tomado una decisión sin pegante en la cabeza. Lo miraba y miraba su consunción. Su ceniza roja irse con un viento ingenuo. Su tamaño reducirse con orgullo.

Lanzó lejos el filtro aún encendido, ya le había servido un tiempo prudencial. El Hombre no volvió a levantar los ojos al cielo represivo, era ahora más amigable el asfalto que tanto odió los últimos años. Ascendió unos metros hacia el infierno de la calle. Sobre esa garganta negra rápido rodaba un carro, aproximándose. Saltó la baranda cerrando los ojos, bajó a la calle decidido y sin ver y se detuvo en el carril del medio a punto de saciar un hambre que no era la suya y aspirando la ciudad en llamas.

Abrió los ojos y se encontró en otro redondo, lejos de toda oscuridad.

Reflexiones sobre escribir

Recopilo acá unas cuantas frases que me recuerdan a dedos enardecidos y a mentes que buscan descifrarse a sí mismas.

Las letras son el camino, las palabras son la verdad, los escritos ya lo están.



Marguerite Duras


La soledad de la escritura es una soledad sin la cual el escribir no se produce, o se fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo. Se desangra, el autor deja de reconocerlo. Y ante todo, nunca debe dictarse a secretaria alguna, por hábil que sea, y, en esta fase, nunca hay que dar a leer lo escrito a un editor.

Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas la luces, ya sean del exterior o de la lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel período de mi primera soledad ya había descubierto que lo que tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: “Escribe, no hagas nada más”.

Escribir: era lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. La escritura nunca me ha abandonado.

(...)

Escribir es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. Es lo contrario del cine, lo contrario del teatro y otros espectáculos. Es lo contrario de todas las lecturas. Es lo más difícil. Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro soñado, como el último hijo, siempre el más amado.

(...)

Si se supiera lo que se va a escribir antes de hacerlo, nunca se escribiría. No valdría la pena.

La escritura: la escritura llega como el viento, esta desnuda, es la tinta, es lo escrito y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.


Escribir, 1993



Ray Bradbury


Fracasar es rendirse. Pero uno está en medio de un proceso móvil. Entonces no hay nada que fracase. Todo continúa. Se ha hecho el trabajo. Si está bien, uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. El único fracaso es detenerse. No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso; no trabajar daña el proceso creativo.

(...)

¿Qué piensa usted del mundo? Usted, prisma, mide la luz del mundo; ardiente, la luz le pasa por la mente para arrojar en papel blanco una lectura espectroscópica diferente de todas las demás.

Que el mundo arda a través de usted. Proyecte en el papel la luz rojo vivo del prisma. Haga su propia lectura espectroscópica.


Zen en el arte de escribir, 1973



Antonin Artaud


2. Los libros, los textos, las revistas son tumbas, Mr. René Guilly, tumbas que profanar al fin.

Así no viviremos eternamente rodeados de muertos

y de la muerte.

Si en alguna parte hay prejuicios,

hay que destruirlos,

el deber,

digo bien

EL DEBER

del escritor, del poeta

no consiste en irse a encerrar cobardemente en un texto, un libro, una revista de donde nunca más saldrá

sino por el contrario salir

fuera

para sacudir,

para atacar

al espíritu público,

de lo contrario

¿para qué sirve?

¿Y por qué ha nacido?


Carta a René Guilly, 7 de febrero de 1948