[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

27.12.09

El activismo: arma necesaria en épocas de descenso

NOTA INTRODUCTORIA:
Tomo el activismo en pro del medio ambiente como modelo básico para este ensayo, pero no pretendo izarlo como el único válido, sino como uno entre tantos otros importantes, como la lucha contra el hambre y la pobreza, y contra la violación de los Derechos Humanos.

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Hoy que el mundo se deshace en manos de onerosos acuerdos entre gobiernos y multinacionales (y, por no agrandar tanto la cosa, también en manos de insensatos seres del común), quiero dejar de lado todo lo relacionado con mis problemas personales, el ego-ísmo* (no como defecto individualista sino como situación) y la depresión emocional.

*[Seré egoísta sólo al escribir partiendo de mi experiencia, pero es sólo como molde para poderlo hacer; no con proselitismo, aclaro (y espero)].

Bueno, la depresión no puedo tanto, porque en parte analizar la basura que me rodea termina afectándome incluso cuando quiero tomarlo desde un lado objetivo.

En una primera instancia, veo que las políticas que se manejan en cuanto a la conservación del medio ambiente son, no sólo mal diseñadas, sino condescendientes para con los intere$e$ de un colectivo 'influyente' (o 'poderoso'). No es nuevo esto, la corrupción, como el deseo sexual, viene de tiempos primarios. No entiendo en qué lugar del mundo dejó la gente insensata el intelecto: ¿cómo esperan sacar provecho de sus ganancias monetarias a costa de explotar tiránicamente los recursos naturales si a la vez dañan su casa, su Madre, su Tierra? Al Gore lo dijo en "Una Verdad Incómoda" y yo lo retomo aquí. Es que no es sólo pensar "oh, deberíamos cuidar la Tierra", ¡es cuidarla! No es sólo leer al respecto, informarse sobre lo importante que es apagar los electrodomésticos, es ponerlo en práctica cuando sea posible, difundir el mensaje, ser activistas. En cualquier área. Prácticamente hay mucho que cambiar en este mundo. Hay hambre, hay malos líderes, hay prejuicios, hay crímenes de odio, hay guerras civiles, hay consumismo, hay individualismo. El activismo es polifacético. En ese mismo orden de ideas, no es "oh, pobre la gente pobre", ¡es "hola, hermano y hermana, quiero que nos ayudemos"!

Debo a mi sentido activista toda la conciencia que poseo ahora. Creo que yo no importo más que mis causas y mis luchas y que no puedo dejar que me venzan los problemas cotidianos, las insensateces del día-a-día, la vergüenza ni la mojigatería; lo que verdaderamente trascenderá serán mis obras, y ojo, que no hablo de obras artísticas al enmarcarse mis estudios en ese área (estudio Cine). Aunque bueno, todo quehacer y acción es un arte en sí, pero en esos menesteres filosóficos no quiero ahondar ahora.

Lo que trascenderá serán mis huellas y las huellas de todos los que me lean y los que no. Y no quiero sonar a cartilla instructiva sobre cómo hacer el bien desde casa, sólo quiero impulsar el activismo como forma consciente de protesta, acción y satisfacción; esto último dado que, irremediablemente, el 'yo' pasa de ser motivación a ser 'víctima', es decir, uno deja de ser el que quiere hacer el cambio para pasar a ser lo que fue cambiado. Porque el activismo es una vanidad si no da resultados contundentes en uno mismo, independientemente de los agentes externos, que inclusive si llegan a ser desfavorecedores, se convierten en una razón más para seguir luchando.

El activismo debe ser de tiempo completo. No se debe tomar como un 'hecho reivindicativo', no hay yo en el activismo, aunque eso no signifique que no haya vida personal que lo impulse. Cada activista, independientemente de su área, debe propender a ser dedicado a la causa y a tener en mente, siempre, la meta por la cual va, que tiene que ser desinteresada y colectiva. Comenzar desde casa es una excelente opción: el activismo, siempre austero, se encauza en las pequeñas cosas para luego avanzar hacia grandes 'utopías'. La humildad debe ser consigna.

Existen excusas para no hacer activismo y una de ellas es la impotencia y el automenosprecio. Las utopías son preconceptos predeterminados. Nada es imposible, decía (paradójicamente) un eslogan comercial. Toda persona ignora su potencial en muchas ocasiones y no se da cuenta de que sólo se necesitan ganas para actuar, de que sus ideas son sus herramientas y sus manos sus ejecutoras. He ahí la importancia de la difusión de la información por medios alternativos y el boca-a-boca, los medios masivos han perdido fiabilidad y ya se han impregnado de propaganda conveniente para los organismos de poder: los Estados, las multinacionales y la empresa privada, etc. Esta difusión despertará un poder nunca imaginado y altamente soslayado: el poder popular. No es esta una incitación al levantamiento popular abrupto, sino al verdaderamente necesario, vinculante, justo y organizado. Si en cualquier Estado el poder está fragmentado, ¿por qué no toma el Pueblo, organizadamente, parte de él para aprovecharlo? Sólo hay que mirar la historia para ver que lo que inició las grandes Revoluciones fue el activismo. Así se destruyen las utopías, se viabilizan y se construyen.

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Me tomo un aparte de este ensayo para difundir, precisamente, causas magnánimas:
Avaaz es un colectivo con enfoque humanista que trabaja independientemente y realza en valor del poder popular como principal elemento para la toma de decisiones.

Más sitios para Tomar Acción:
1) En contra de la pobreza extrema

2) En defensa del medio ambiente:

3) En pro de la defensa de los DDHH en Colombia:

4) En defensa de la diversidad sexual en Colombia:

5) En defensa de los derechos de los animales y contra el especismo:

¡Actúa!

22.12.09

Dos vagancias provechosas

Se destina más de medio día a hacer actividades no concernientes a las debidas, esto es, a los deberes.
La vaguedad llega en un momento de sabias decisiones donde se decide no hacer lo debido, esto es, lo indebido, esto es, lo ocioso.
Rascarnos la barriga oyendo música, o reírnos de banalidades junto a un pana: eso es vagar con estilo, esto es, vagar provechosamente. Nunca se perderá el tiempo haciéndole caso a Kant.

Es así que aquello que no signifique nada en absoluto, merece un tiempo libre.

Y no debería llamarse libre, debería llamarse tiempo ocupado en algo que vale sin valer, esto es, que tiene su debido valor aunque se lo ignore.

La música y la risa.
Bailemos al son de los rictus sonorizados.

26.11.09

Entre las 7:23 y las 9:47 p.m.

*Primero, mareo, claro.
*
*Luego, dolor de garganta.
*Luego, escuchar a los amigos reírse de las barrabasadas que tú haces.
*Luego, ves a alguien en la distancia y piensas que es alguien conocid@.
*Luego, haz como que te vas, y busca un baño, te dieron ganas de orinar, y además te da sed
*Llegas al baño, miccionas, tomas agua de la llave y ves en el espejo tus ojos rojos y tu cara lánguida
*luego, coge un bus para tu casa. En la estación, mira una causalidad graciosa entre tres personas que intentan entrar el tiempo a un articulado.

Daniel. Palpitares infinitos. dice:
*:-O

Yo, dice:
*Luego, en el bus, escucha cómo unas mujeres hablan de su reciente lección de inglés, sobre el could y el would

Daniel. Palpitares infinitos. dice:
*xD

Yo, dice:
*Luego llega a Alcalá, llama a tu parcero de la turra y pregúntale que cómo haces para que se te pase, que si llegas con esa cara a tu casa, te van a matar
*Él te dice que con azúcar, así que gorrea azúcar de una panadería.
*Coge el taxibus, espera a que se llene; cuando arranca, paga, y luego siente el movimiento exageradísimamente... Bájate en Locatel, camina un rato, y cuando llegues al edificio, miéntele a tu portero y dile que tienes muuuuuucho sueño y que por eso tu cara.
*Sube 8 pisos por las escaleras esperando que el ejercicio te quite la turra: al principio, sientes tu cuerpo muuuuuy liviano, llegas al 4º piso sin dificultad, luego empieza a sentir tu cuerpo muuuuy pesado, cada escalón duele y pesa, sientes como si subieras muchos pisos pero en realidad sólo ha sido uno.

Daniel. Palpitares infinitos. dice:
*:|
*Uy

Yo, dice:
*Llega a tu piso, recupera el aliento, y al abrir la puerta de tu casa, ten la expectativa de lo que dirá tu familia cuando te vea la cara.
*Para mi fortuna, ni lo notaron y yo estaba lo suficientemente lúcido para saludar, contar de mi día, escuchar cómo mi mamá se quejaba de mi primo visitante (uno que llegó hace dos días y que parece que se piensa quedar por mucho :a.ver), pedir el favor a mi papá de que te eche mano con el transporte de equipos de grabación, y hablar con mi abuela sobre si ya tenía sueño.
*Y ya, ahora escribo mi experiencia para que no se me olvide.

Daniel. Palpitares infinitos. dice:
*xD

Yo, dice:
*Y mientras escribo, comparto para que quede registrado, jajá.
Daniel. Palpitares infinitos. dice:
*ja ja ja ja ja ja ja ja ja
*xP

8.11.09

En mi cabeza.


Pueden ser los exiguos pelos o la comezón, pero cada vez me hace más falta.

Y es que nada se compara a mis afectos fuertes hacia sus uñas. Esa prolongación exacarnal de sus dedos, mañosa pero siempre pulcra y prudente, todos los minutos que pasó de poro en poro por mi cabeza diciéndome que esas cosquillas no eran por la irritación ni por efectos solares, que ella tenía envidia y celos y que quería ser la única causa de esa picazón constante y nada ignorable, de esa rasquiña cefálica bicefálica: tosca y mundana.

'My scalp, my scalp, scalp-scratch my scratchable scalp'. Cantaba como perico, cero armonía pero total jovialidad, no me importaban las escalas tonales o las progresiones, hacía una petición directa, urgente, primordial, prioritaria, egoísta, hedonista. Me fastidiaba el onanismo de las medialunas de mis dígitos, no se comparaba ni entraba siquiera en competencia con la angulación y seducción de las suyas, era por eso que me aguantaba las cosquillas cuando ella no estaba presente y me ocupaba de ministerios mentales maledicientes mixtos. Martillaba mi matera mas miraba mares en el cielo azur, azar azur; quehacer basura si se hablaba de productividad. Porque en medio del ocio el cielo tiene respuestas y mitades: elucidaciones, elucubraciones, eutrapélicas excentricidades, economías estelares.

En una ocasión soñé que tenía un puercoespín por cabeza, mi cuerpo era realista pero las púas no aceptaban dobles interpretaciones: el estallido de X estado emocional evocaría eventuales espinas en el encéfalo. Me preocupé y me escapé una noche de los cuidados de las uñas de Ella para pedir hospedaje en Intemperie.

Con su gorro magenta erré por vías sinuosas pero nada agradables que me miraban con vituperio y me causaban autovituperio. La calamidad del entorno sobre el vulnerable, era una noche larga y sórdida, contraria a las que vi por mi ventana durante mi arresto domiciliario. ¿El crimen? Querer la vida a pesar del fin fatal de las neoplasias. ¿La condena? Reclusión en mi habitación durante el tratamiento y cuidado permanente de una señorita Cora.

Al alba volví y mi Cora había volado. No apareció nunca más y no dejó ningún mensaje perentorio en papel, palabra u operación. Si le disgustó mi raudo desvanecimiento, nunca le pude explicar (más bien, justificar) mi necesidad de evacuar mis espinas. Jamás pude mostrarle los resultados de mi viaje nocturno hacia la luz. Nunca sabrá que la vi en la niña indigente que corrió hacia mí en el parque y me pidió compañía pues un ser misterioso la perseguía para dañarla. No podrá saberlo porque no tengo forma de decírselo. Mil novecientos setenta y cuatro posee teléfonos y correo, pero si su domicilio es ambulante, no tengo manera de enviar telegramas a una volatilidad.

Demora, Cora, ahora y nunca. Nunca.

Me pica la cabeza. La he rascado.
Me piqué los dedos. Los he rasgado.
Esas exaltadas estallaron, y no encuentro unas buenas tijeras con una buena angulación y ni una comedida seducción que me las pulan o sesguen.

Creo que todo está aquí arriba en el coco, pero cómo saberlo si me pica y no me aguanto, si mi onanismo me degüella, si mi esperanza de vida ahora se resume en otra señorita que ahora me pregunta si prefiero intravenosa u oral. Yo le respondo que me traiga mi gorro y que haga lo que le venga en gana.

24.10.09

Los que se pisan

[De mi blog anterior; escrito el 23/03/09]

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¡Cuánto quisiera correr y correr! Corre él y corren muchos dentro de él, corren otros, corren conocidos, extraños, la prisa les gana.

Los pies prestos contra el suelo y las tapas del calzado desgastándose. La cabeza destrozada y las piernas ágiles, inquietas, huidizas y salvadoras. Es el atajo hacia la respuesta, la vía rápida hacia la salida de emergencia.

Muros, charcos, mucho pasto y mil y un calles, todos obstáculos torpes y testigos mudos del apuro. Ninguno comprende la magnitud del desespero y la sinsalida, ninguno se solidariza ante el afán de llegar. Si aunque sea los muros se agachasen, si los charcos brindaran una sensación lubricante de deslizamiento, si el pasto tuviera menos fricción y estuviera siempre cortado a ras, y si las calles estuvieran vacías y al nivel de los andenes para no desperdiciar el tiempo bajando de una cuadra para subir a otra… Si la ciudad fuera un cómplice, una madre alcahueta, un ente permisivo que no interfiere en las acciones de sus hijos, si tan sólo fomentara el libre tránsito y se pusiera en los zapatos del que corre sin parar, sin detenerse a respirar siquiera pues esto ya pronto sería una nimiedad. En esos mismos zapatos que aúllan y cuyo paso retumba en el aire estridente de cualquier tarde urbana.

Ese par de vasijas con cordones, esas dos ruedas amorfas sin llantas pero con una trama semejante en su base, que puede rellenarse de boñiga en sus recovecos o de palitos caídos o de barro o de chicles abandonados. Llévenlo raudos, acérquenlo a su resolución y no sean jueces entrometidos en su juvenil e inmadura decisión, pero necesaria para tan pocas garantías.

Un ascensor del edificio donde reside, una escalera al cielo, a la gloria. Los zapatos descansan durante el ascenso de la plataforma y se alistan para correr por última vez. Los ojos rebosantes y la llave que gira para quitar un último obstáculo.

Ahora frente a ese balcón, se siente ido, inerme, amorfo, metafísico y mental. Sin coraza. Con frío ante la ciudad fría. Sus pies sin zapatos corren y saltan, tras tres metros, por encima del barandal; las piernas adjuntas sin pantalón de dril se saben menos tiesas, un tronco sin camiseta cuello en V que suspira al final, dos brazos sin mangas a rayas que se doblan hacia delante como queriendo amortiguar el mundo y una cabeza calva hecha añicos desde antes de que los zapatos se echaran a la carrera.

11.10.09

Son las seis, y sí, yo también cuento las horas.

Fotografía: © Ansel Adams.


De un concurso del fanpage "Yo amo escribir!"
TEMA: ¿Qué siente un árbol cuando ve el atardecer?
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Un degradé desde el verde más claro hasta el otro extremo. Ese color oscuro que luego se camufla con el cielo si no hay luna, y que si la hay sólo se ve negro siluetado. Pierdo mi verde por unas horas y me torno hondo e invisible, me siento enajenado y olvidado entre los demás, no poseo ya la capacidad de colorear este valle ni de regalar mangos a seres con patas, ahora me enfrasco en la espera que se torna eterna mientras respiro y exhalo, respiro y exhalo, y añoro el rayo que me proclame verde de nuevo, verde que ensancha y verde que aprieta, verde más claro y más claro, y más hondo y más yo. Pero por ahora sólo disfruto, por ser árbol también sé de tiempo, espero, lontananza de las horas lejanas, quiero agua en la noche o pisadas en el bosque. Me dejas, estrella, pero me acompañan los sonidos. Tengo oídos en mi savia y ojos menos verdes ahora.

6.10.09

Lo Rojo [cortometraje de ficción]

Sinopsis: Daniel y su abuela hablan frente a una ventana. Quienes escuchan son otros.

Un homenaje a la memoria y a mis abuelas Sofía y Elena. Realicé este cortometraje en junio de este año (2009) con una cámara, un trípode, dos personas en el equipo y una actriz de trayectoria. ¿Qué resultó?... Pues una mancha sensible y escarlata.

26.9.09

Innovación en el oficio.

[Reavivando escritos de mi anterior blog, este fue escrito el 23/04/09]
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¿Alguna vez lo han atracado? Si su respuesta es afirmativa, pudo haber sido con chuzo, sin chuzo, con revólver, con groserías, con forcejeo, sin él. Bueno... pues no siempre hay eso.

Párese en cualquier punto del Centro de Bogotá, esto que le contaré pasa en cualquier lado de él y de la ciudad y del mundo, pero enfoquémonos en el Centro. La Carrera Cuarta. Por ahí en la Calle... Dieci... Catorce. Sí, esa intersección sirve. Camine hacia el Sur con sus audífonos blancos puestos y oyendo música de los Stones. Vaya por el lado de la vía que esté menos concurrido, así todo será más sutil. Fíjese en el hombrecillo atento hasta que él le toque el hombro y le pida un instante de su tarde. Quítese primero el audífono izquierdo, déjelo oscilar colgándole por encima del cuello de su camisa a rayas, y escuche con presteza su discurso:

-Primero que todo, gracias por no desconfiar, hombre. Menos mal que no es de esos gomelitos picados que lo ignoran a uno diciendo que tienen afán y ni lo tratan a uno como persona.

No diga ni mueva su cabeza, ni siquiera piense en hacer un gesto. Llegaría yo a afirmar, incluso, que ni usted lector sabría que gesto hacer por muy de acuerdo que esté con lo que él dice, o por muy sensible que se sienta con el dolor del hombrecillo al exponérselo de buenas a primeras.

-Le voy a hablar con la verdad, porque yo soy un hombre sincero. Me gano la vida como ladrón... pero fresco que yo a gente como usted, así, humilde y todo, que no se las da de gomelito sobrado y lo entiende a uno, no lo toco. Porque vea, míreme bien, míreme. Nosotros sólo necesitamos que nos den una oportunidad de hablar y de darle confianza a la gente. Cristian, para lo que necesite.

Dele la mano y ahora sí siéntase cómodo de sonreír. Dígale su nombre claro, no muestre nerviosismo, pues usted quiere hacer la diferencia, no ser un paranoico, ser un humanista abierto y que no le gusta sentir lástima sino ayudar. Y para ayudar, sólo deje al hombre hablar.

-Ayer atraqué a un muchacho en la Ciento Setenta, le quité su iPod Nano de treinta gigas. Créame, ¡un Nano de treinta! Estaba yo ahorita en una panadería aquí a dos cuadras y ese hijueputa panadero prefiere botar el pan duro que dárselo a uno que no tiene pa' comprarlo. Es que dígame si no es un gran malparido, ¿no regala el pan y sí lo bota? Gran...

Asienta, asienta mucho. No tiene por qué parecerle justo eso, sobretodo viendo al hombrecillo hablándole transparentemente.

-Le pedí dos croasanes con gaseosa porque el tipo me dice en un inicio que me los regalaba, y al final me las cobró porque dijo que le iba a faltar plata al final del día y paila. Entonces me tocó darle el iPod, si no, no me dejaba irme, me dijo que me lo regresaba si le pagaba los dos mil ochocientos de la cuenta. Es que yo prefiero regalarle el iPod a alguien humilde, así como usted, que a ese panadero hijueputa que no se lo merece. Y, ¿sabe qué? Lo felicito por ser así, por creer en las personas y no ser un malparido gomelo que sólo con pedirle a la mamá algo ella se lo da. Eso cuando yo le dé el iPod a usted va a quedar más feliz que marica con dos culos.

Déjese endulzar el oído. Asienta con cada cosa y diga una que otra cosa que lo haga sentir mejor, pregúntele de dónde es, hace cuánto roba, cómo se siente. Hágale la conversa. Luego de que él le pregunte:

-¿A dónde va?,

dígale que a la Biblioteca Luis-Ángel Arango, en la Once con Cuarta. Escuche cuando le dice emocionado que la panadería queda al ladito, pegadita. El hombre de verdad se quiere desahogar.

- Tranquilo que cuando acabemos yo me devuelvo con usted a la biblioteca, yo solo no lo voy a dejar.

Sonría, limítese a eso aunque quiera decir más.

-Llevo veintidós años viviendo en el Tres-Noventa y Siete del Chorro de Quevedo, ¿ha ido? ¿Le gusta por allá? Los cuenteros son la berraquera. Y llevo diecisiete años robando, ¿pa' qué le digo mentiras? Hace como cuatro años, un tipo se me puso todo derechito diciéndome "¿Qué, me va a robar?, venga, ¡venga!", ahí al lado del CAI que queda cerca a CityTv, y sólo porque le dije que me diera una moneda. Y cuando me le abalancé... es que en serio, me entró una rabia... me le abalancé con el puñal, y los tombos me metieron nueve balazos.

Observe con compasión unas cuantas cicatrices que él le muestra en los brazos y la cara.

-Casi me matan, y estuve cuarentaydós meses en la Modelo, salí en el dosmil. Y yo los pagué contento, porque sabía que ese hijueputa no se quedó limpio. Le metí catorce puñaladas.

Abra los ojos y recuerde que usted no tiene por qué merecer que le pase nada malo. Usted procura todos los días sonreír sin esperar, brindar desinteresadamente, ser, en pocas palabras, "bueno". Y usted no tiene por qué exagerar, cada cosa que pasa por su cabeza, cada acto y palabra y pensamiento e ideología socialista, le permiten asegurar que tomar el riesgo de estar en el Centro, hablando con un desconocido de tú a tú que le asegura haber cometido faltas gigantes en su pasado, y caminar hacia nosabecuál panadería, le aportará fe en la humanidad.

-Hermano, en serio gracias por su humildad, yo soy Cristian, del Tres-Noventa y Siete del Chorro, acuérdese de mí pa' lo que necesite. Yo conozco a todas las ratas de La Candelaria y cuando tenga un problema yo le ayudo, porque yo con la gente que me trata como gente me porto como gente.

Sonría. Recuerde a Camilo Torres, a Ernesto Guevara, a Jorge Eliécer Gaitán, a la viejita sintecho de sesenta y cinco años que hace cuatro lo llamó a usted "doctorcito" y lloró a lágrima viva cuando usted la hizo sentir especial regalándole un relojito azul de cumpleaños. Piense en cuánto tiempo llevaba ella sin escuchar una felicitación ese día y cuánto tiempo lleva el hombrecillo sin ser escuchado sin desconfianza, sin miradas sospechosas sobre él. Usted se considera ahora una pieza de cambio para la redención que el hombrecillo busca.

Mire cómo pasan de largo la Biblioteca y siguen hacia el sur.

-¿Usted qué celular usa?

Muéstrele su Nokia modelo dosmiltrés, siéntase complacido cuando él le diga, reiterando, lo humilde que le parece.

-Ya va siendo hora de que cambie, cuando quiera yo le consigo de esos iPhone baratos, yo me conozco los que los venden por acá.

Menciónele que usted no es de esos aparatos, la verdad puede vivir sin ellos y se siente bien. Recuerde, a su pesar, los auriculares blancos que le cuelgan sobre el pecho y adonde están conectados.

-¿Y en qué escucha música?

Al sincero, sinceridad. Usted quiere marcar la diferencia y no le miente. Un iPod Nano de cuatro gigas.

-Uy, de esos no conozco. Nunca he visto uno, déjelo ver.

Dígale que es cuadradito, bien pequeño. No se lo deje ver en un principio, dude.

-Míreme, míreme bien.

Mírelo quitarse la gorra, vea su cabeza redondita, el pelo corto, los ojos verdeamarillos y la cara lastimada luego de años de vivir en la calle. La mirada decepcionada. Recuerde sus ideales y su labor en el mundo. Exprésele que quiere evitar pecar por bobo y siga manteniéndolo en su bolsillo. Oiga a su ser capitalista-tradicional decirle que proteja su patrimonio económico, que su música es una guía y que no se lo muestre. Ya estando a cuatro cuadras más hacia el sur de la Biblioteca, sienta de verdad la lejanía y dígale el afán que tiene, que de verdad tiene, menciónele su clase de dos en punto a la cual llegará tarde. Deje que él lo mire y que le vuelva a decir:

-Míreme, míreme bien que no le estoy mintiendo. Cuando le dé su iPod de treinta usted va a quedar más feliz que un marica con veinte culos, la madre que sí.

Aclárele una cosa: usted no lo hace por el iPod, a usted lo que más le interesa es que el hombre recupere su dignidad con el panadero y pueda seguir su tarde tranquilo. A usted sólo le interesa escuchar lo que el hombre le quiere decir y hacerlo sentir importante, pero esto último no lo dice tan literal.

-Pero igual es como una recompensa, ¿no? Es un aparatazo.

Siga en desacuerdo pero no se lo comunique por no llevarle la contraria.

-No desconfíe de mí, que se lo juro que me recuerda a esos gomelitos. Usted no es así.

Usted no es así. Cruce la Calle Séptima y vea a Belén, un barrio que usted desconoce. Imagine al gomelito atracado de la noche anterior y a todos los demás que, por indiferentes y elitistas, terminaron sin sus pertenencias, perturbados, apuñalados. Mire a su alrededor y sépase sin lugar hacia dónde correr sin correr peligro. Visualice con curiosidad lo que el hombrecillo empuña dentro del bolsillo derecho. Saque su aparato del bolsillo y enséñeselo.

-Ay, ¡tá bonito! Ya casi llegamos, aquí a una cuadra.

Vea a lo lejos una pared interminable, no alcance a divisar nada parecido a un negocio de pan.

-Es que me provoca mostrarle el suyo y decirle que es el mío cuando me dé mi aparato pa' que le dé más piedra a ese viejo hijueputa. Es que cómo va a preferir botar el pan duro que regalarlo...

Mantenga su percepción de las cosas, de abierto y pieza de cambio. Note cómo la mano de él se extiende para pedirle sin palabras que le dé su aparato de cuatro para mostrárselo al hijueputa. Dude de nuevo y mírelo fijamente antes de dárselo, oyendo su

-No desconfíe de mí

y su

-A los humildes como usted no les hago nada,

y note que la mirada de él empieza a percibirlo como un gomelito más. Imagine, por segunda vez, los destinos de los que se portaron mal con él. Pídale que lo mire a los ojos y que le prometa, que le dé su palabra de hombre de que dice la verdad.

-Míreme, míreme bien.

Observe el color de las esferas y el embargo profundo que le transmite. Tema y déle el aparato pidiéndole a Dios que, al final de todo, usted todavía tenga fe en la humanidad. Que lo proteja y que no lo decepcione.

-Mire, usted me lo dio. Si yo se lo fuera a robar, ya me lo hubiera llevado. Ya estaría al pique al otro lado de la calle. Ya casi llegamos, esa de ahí de la esquina.

Siga a donde su dedo señala y vea el letrero grande y las vitrinas y huela la masa que, quemadita, en el aire se hace notar. Déle los dosmilochocientos que el hombrecillo necesita, pero como no tiene tanto sencillo, dele uno de una denominación mayor. Note cómo él le indica que espere afuera mientras hace la vuelta y que note cómo él no se escapa por la otra puerta del establecimiento. En cierto sentido, él le da bases con hechos para que no desconfíe en él. Gústele.

Mire la Iglesia de Belén, el colegio. Póngase en la esquina opuesta y detalle que él no se vaya a salir corriendo. Conserve todavía la esperanza de que él le devuelva el aparato y de que se sienta bien dejando con la boca cerrada al hijueputa. A los veinticinco segundos escuche cómo lo llama a usted desde dentro de la panadería y acérquese.

-El man no está acá, nos toca ir a la casa que es aquí a tres cuadras.

No abra los ojos en señal de miedo, deseche momentáneamente cualquier vestigio de ideología socialista y pídale su aparato de buena manera, usted tiene afán, repítale lo de su clase de dos en punto.

-Aj, yo supe desde un principio lo de que usted no iba a ser del todo sincero conmigo, se lo tengo en cuenta, todo bien... Es aquí no más, no nos demoramos.

Siéntase como un culo, caiga en la cuenta de las inconsistencias existentes en la historia del hombre desde que empezaron a conversar: desde su ansia de regalarle el iPod a "alguien como usted" hasta el "está pegadita a la biblioteca", pasando por el "hace cuatro años apuñalé a un tipo y me metieron a la carcel cuarentaydós (!) meses", rematándolo con la máxima "salí en el dosmil". No le demuestre su nerviosismo y sígale la cuerda persuadiéndolo.

-Yo sé que usted está nervioso y lo entiendo. Pero créame que es aquí no más.

Usted no puede devolverse sin más, debe acompañarlo. Sería ridículo decirle que ya sabe que todo es mentira pues él podría reaccionar violentamente de veras por ser llamado un mentiroso, como si ser ladrón no se prestara para eso. Dígale que no está nervioso pero reitérele su apuro. Siéntase como un idiota, como un inocente que marcó la diferencia pero no como esperaba.

Acompáñelo por 'la cuadra'. Escuche su

-Esto es una olla. Yo viví en una olla mucho tiempo, viví en El Cartucho. Por aquí ni se le ocurra andar solo, esto es horrible. Ya casi llegamos.

Suba la loma que él le indique arriba de la Calle Tercera. Ore con todas sus fuerzas por que pueda devolverse a la Biblioteca lo más pronto posible y mire el aparato en la mano derecha del hombre no con más resignación que al hombre mismo. Note cómo se asoma un atisbo de esperanza cuando él lo mire a los ojos y le espete verosímilmente

-Gracias, en serio, por acompañarme.

No haga nada, límitese a respirar para calmar sus pálpitos acelerados, no asienta, no sonría, no se sienta adulado y niéguese a dejarse a endulzar el oído.

-Quédese aquí que es la primera casa desde la esquina, yo volteo y ya vuelvo.

Ya toda esa labia debe parecerle una mierda para entonces, así que siga tan inmutable como está, evite oírle sus últimas palabras.

Obsérvelo yéndose. Llénese de una última descarga de impulso y hágalo detenerse con una palabra cuando ya esté caminando y alejándose de usted. Páresele en frente y mírelo con determinación, la voz siempre calma pero firme. Pídale su aparato o que lo deje acompañarlo.

-Esto es una olla, yo no lo hago subir es porque lo atracan. Después no se queje.

Acérquesele y reitéreselo. Mírelo a los ojos y busque arduamente la humanidad que tanto espera ver y en la cual quiere creer. Ore tácitamente. Escuche su tono de voz ahora cambiado en el que se denota el desespero por negar fracasar, cómo sus palabras sales con los dientes entrecerrados y cómo su mirada se torna tensa y punzante.

-Mire, si no me deja avanzar, arreglemos esto con violencia.

Mire su mano entrar en el bolsillo derecho. Enfurézcase y quédese quieto.

-Vuelvo en dos minutos, espéreme aquí.

Al verlo cruzar la esquina, ni piense en esperarlo. Agradezca porque él no le hizo nada pero entristézcase profundamente porque no se explica la injusticia cometida para con usted. Usted es alguien de quien se aprovechan. Algo hace mal. En alguna parte de su metodología flaquea.

En últimas, usted se alegra de poder vivir sin la música portable, al fin y al cabo tenía una vida antes de ella. Pero se deprime porque, a pesar de sus ruegos, siente que perdió en gran parte la fe que temía extrañar tener. Al rato cae en la cuenta de que, por extraño que parezca, admira al hombrecillo. Lo admira porque se necesita bastante audacia para tener éxito al usar la metodología de hurto que usó. Perspicaz y genial resultó, y eso lo hace sonreír porque le gusta burlarse con sorna de usted mismo.

Llame a "Emergencias", ponga el denuncio con rabia disimulada, acuda al primer policía que vea, pídale que le deje hacer una denuncia y escuche cómo se burla de usted de su ineptitud, de por cómo actuó en vez de ayudarle a solucionar su problema. Salga de la estación resignado y dejando de lado la idea de pedir apoyo legal pero tampoco pensando en vengarse. Mire al cielo con optimismo, trate no de buscar el por qué le pasó lo que le pasó sino el para qué, el con qué finalidad. Regrese a la Biblioteca, saque el libro que planeaba sacar, camine hasta la Carrera Séptima con Calle Veintiuna y descubra a un saxofonista apasionado que le levante el ánimo con aletargada sonoridad y sonría sinceramente. No se sienta (al menos no completamente) como un inepto. Coja un bus hacia su casa y duerma en el trayecto.

Entre a su cuarto, mire por la ventana cómo cae la noche y en un cuaderno de tapa verde, escriba.

[NOTA FINAL: No hay ficción presente en lo que usted acaba de leer.]

30.8.09

De a dos.


La miró con ojos de papel y sólo el caqui traslúcido le dejó ver.
El de sus ojos de papel. Verle sus ojos de plástico.
Sólo el blanco traslúcido le dejó ver.

13.8.09

Jack Conte y las VideoCanciones

Un sanfranciscano (o como se les denomine) hace lo que todo músico y videasta envidiaría: mezclar ambos oficios profesionalmente y tan, pero tan talentosamente que sólo hay que quedarnos callados ante su trabajo multi-instrumental. Sólo se permitirá abrir la boca para hacer un gesto de asombro, nunca para hacer palabras o sonidos o ruido.

Una VideoCanción es un nuevo concepto donde:
1) Lo que se ve es lo que se oye (no hay doblaje de instrumentos o voz).
2) Si se oye, en algún momento se ve (no hay sonidos ocultos).

Disfruten de Jack Conte.

"Bloody Nose"

"Passenger Seat" (con Louis Cole) (véanlo en HQ)

10.8.09

¿Es eso lo que quieres?

No.
Lo que quiero es que confíes.

Y saltes.

Y despiertes al vacío.
Y vacíes las despensas.
Y dispenses lo vacuo.
Y vacunes lo sinuoso.
E insinúes lo fatal.

Eso quiero.

5.8.09

Cortos de Primero.

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(H)IERO [autorretrato]

Ubicuidad

29.7.09

Con-fabulación melosa. Ugh...

Una vez, un pato pateó una pelota junto al lago. El pato vio cómo la pelota voló y al caer hizo esplash. Quedó flotando a unos metros de la orilla y el pato pensó: "Yo puedo nadar, simplemente entraré al agua, iré hasta la pelota y la traeré con mi pico de vuelta hasta aquí."

Apenas el pato entró al agua, el invierno cayó y su plumaje inferior y patas se congelaron dentro del agua. El pato murió de hipotermia y la pelota, cuando llegó la primavera, se arrepintió de haberse metido al agua hacía dos meses.

Moraleja: Si algo importante se aleja de ti y arriesgadamente lo sigues, piensa primero si vale verdaderamente la pena.


26.7.09

El cruce.

Salía trotando cada mañana y nunca aminoraba la marcha estando helada la calzada.

Ya que perros habían muerto cuatro, esposas dos, hijos habían partido pronto y enfermeras para qué, salía a trotar luego de tomar jugo de naranja en solitario sentado a la mesa. Siempre contaba los sorbos y había tantos sorbos como pérdidas en sus años previos. Este réquiem cítrico era diario y le resultaba paradójico que nadie le hiciera uno a él en unos años, cuando ya nadie cortara ni su pelo ni sus uñas y la piel se le descascarase despidiendo olores nada parecidos a la naranja.

El ritmo cardíaco no lo medía. Le preocupaba más el estado muscular de las piernas y lo recto que llevara la espalda. No solía cargar nunca bolso o canguro, igual sólo iba con las llaves de la casa y los papeles. Cada trote era respirar más hondo, acomodarse la gorra ante el sol que para entonces ni había salido, estar alerta a cualquier conductor soñoliento en los cruces, pensar en el desenlace del libro que había dejado abierto y bocabajo en el piso de su cuarto anoche: <<¿Pero por qué no sale de ahí y deja de perder el tiempo, qué no se da cuenta de que ahí no hay nada? Aj, Clarice tonta, si no te apuras la chica morirá...>>. El hombre inhalaba y exhalaba, y hacía el esfuerzo por no devolverse y sucumbir a las últimas treinta páginas.

Semáforo peatonal en rojo, parada obligatoria en la esquina y paciencia hasta que cambie y los carros paren. El cuerpo no debía perder el impulso, por eso él seguía trotando en su puesto hasta que el muñeco rojo se apagara, uno dos, uno dos, inhala exhala, inhala exhala. Al otro lado, un gato quieto. Carros que no pitaban pero sí mugían pasaban como espectros maquinados. Al otro lado, todavía, un gato. Ya no quieto, ahora erizado y alerta. Uno dos, seguía con el ritmo, no desaceleraba, no bajaba la constancia de mantener el cuerpo trabajando, un amago de calambre en la pantorrilla derecha, ya no, no era nada, uno dos, el aire seguía entrando y saliendo. Al otro lado, el muñeco verde apagado y un gato miraba rayado, menos erizado pero más alerta. Ahora sólo pasaban bicicletas y buses, no menos rápido que los carros pero con sonidos cada vez más agudos. Las bicicletas silbaban al pasar, el hombre seguía inhalando, botaba el aire por la boca, se cansaba cada vez más, no podía esperar a que el semáforo cambiara, debía arrancar ahora o se desmayaría en el punto con un gato por testigo, gatos pardos inmundos, por eso él había tenido sólo perros, cómo desearía un perro ahora, otra bicicleta que silba, el gato lo mira erizado de nuevo y ahora sí quieto, al menos el perro lo protegería de esos ojos rayados y ese aliento a animal sucio, animal de nadie, ni siquiera de sí mismo, esos ojos no son propios, inhala exhala, se habían muerto cuatro ya, el último por paro respiratorio, un bus más que pasa sin recoger a la señora peliteñida del paradero, <<¿se habrá dado cuenta ya de que no puede perder más tiempo o la chica morirá?>>, al otro lado, un gato quieto y erizado y alerta y nadie más cerca, el trote en el punto estaba cada vez más extenuante, sudor frío pasaba del cuello al pecho y se colaba todo el frío de la mañana ahí, un muñeco rojo que seguía encencido y recto, los mugidos inorgánicos eran más frecuentes y borrosos, una gorra que era acomodada de nuevo, un primer rayo de sol puro, el muñeco verde que fue forzado a encenderse por fin y el cuerpo del animal que, cruzando, cayó tendido en mitad de la cebra y ahora sí que estuvo quieto. Esa mirada y ese jadeo no eran suyos, no lo comprendió ni ahí bocabajo.

El borde de una página estaba doblado en esa posición tan incómoda. Aunque la chica sobrevivió, a diferencia.




(Fotografía: © ironiafelina)

22.7.09

P's.

Almorzando noto tras su hombro moreno la esfera que no lo es.

P. no se ha bañado aún, los orgasmos como que le han dado el impulso para cocinar. Como su creación y miro tras su hombro la esfera que no lo es. Minutos antes, echa en ella escamas multicolor que huelen a mar.

Una aleta sofocada, un nado sinfín, un boca que hace bababababababa lanzando burbujas inútiles que, en la superficie, no le dicen aquí afuera no es que mejore la cosa. La bailarina se detiene. Digo ha muerto en voz alta, a lo que P. responde mirando hacia donde yo miro. Sonríe y dice desde que la compré se hace la muerta para salir de la pecera. Ja jaja já.

Lleno mi cuchara y masticando me atraganto. P. se levanta rápido y me pregunta te traigo agua, estás bien, me toca la espalda y me la golpea pasito. Pasa la cosa. Se vuelve a sentar, le digo gracias, sólo fue un arroz. Sigo mirando la esfera que no lo es, babababababababa, hago un zoom imposible a las manchas de las escamas, babababababa, qué ingenuo es todo, un nado circular que debería marear pero sólo es el patetismo de querer salir. Burbujas, díganle la verdad, imploro en voz alta, a lo que P. hace cara de no entiendo. Señalo con la cabeza para que entienda, pero no voltea a mirar. La bailarina se sostiene en su aleta trasera, traga las escamas multicolor en un bababababa ensordecedor.

Me vuelvo a atragantar, toso como quien tiene muchos años. Enseguida, P. se para y me da un largo beso en la garganta, no un beso de lengua, ni lascivo ni ven aquí, quiero sentirte cerca y te beso en el cuello porque así me trago lo que no dices, tan sólo un garganta, gargantica, traga bien, ten paciencia, come despacio para poder besar más tarde lo que llaman labios y lengua y dientes. Garganta, no te estropees, sabrá el de arriba qué no te permite concentrar en lo que comes.

Me calmo, ya pasó el otro arroz. Se vuelve a sentar, P. me alarga un vaso con agua y simplemente digo ha muerto. P. no sonríe, me mira con asco, dice coma, coma, coma, que por hablar es que se mueren los sapos. No paro de ver la esfera no esférica, de nuevo el nado circular interminable y las burbujas sádicas que no develan la verdad: aquí morirás, pez infeliz, afuera no es mejor la vida y no hay agua que respirar, adentro sólo estás tú por mucho que busques a tu alrededor y los reflejos en el vidrio son sólo reflejos de cómo te ves, así desesperada y todo. Me hastío y grito pegándole a la mesa sáquela de ahí, P. No se molesta en darse vuelta y ver a qué me refiero, pero sobre su hombro moreno la pecera gime y tiembla.

Es así. No hablamos estando sin ropa más que para sofocar nuestras preocupaciones. Comimos antes de comer, grave error. Ahora vomitaré doble, viendo un Pez comer ingenuamente, con sadismo a su alrededor y deseos de verle sufrir.

Ya no es su hombro, es su cara escamada y morena. Estaba delicioso, gracias.

15.7.09

Bang.

Oigo un disparo a mitad de la noche.

Mientras hablo por Internet con un par de amigos y molestos desconocidos, un bang cercano y con un eco tenebroso irrumpen de repente en el silencio del barrio en el que vivo. Soy el único idiota que asoma la cabeza por la ventana de un cuarto que tiene la luz prendida, como si quisiera atraer algún disparo subsecuente, llamar a la Muerte por curioso. Miro a todos lados, sólo veo muchas ventanas desiertas, las calles igual, nadie corre, nadie grita, lo que oí fue un disparo, eso nadie me lo niega. Es mitad de la noche y la calle está igual de negra a todas las noches.

Miro bajo mi nariz, ocho pisos abajo está Raulito, el portero más amable del mundo, sacando las canecas de basura del garaje del edificio. No corre, no se asusta, sigue calmo como es siempre. Me pregunto si su estado indiferente se debe a que fue él quien provocó el bang, pero Raulito es prudente y alerta, incluso habiendo disparado seguiría atento o estaría agitado. Deja una caneca alineada junto a otras cuatro y entra al edificio por la puerta del garaje, pensando en el frío que le espera en la madrugada por estar el cielo despejado, se le nota en el caminado, piensa en eso siempre.

Alguien me habla en el chat, pregunta que por qué no le respondo. Sigo en la ventana, esperando bien sea otro bang u otro par de ojos en otra ventana buscando lo mismo que yo.
Nada pasa, pero la Muerte me toca el hombro: sigo sentado frente al computador.

13.7.09

Nota sobre "Lo rojo".

[Acabé mi corto hace unas semanas, y haciendo el pressbook escribí esto que merece ser publicado en esto, mi solaz.]

Esta nota no tiene un fin explicativo, más bien sí uno expresivo. Expresaré lo que me llevó a un proceso arduo y, por contraste, regocijante. Mi abuela paterna está perdiendo la vista a pesar de que su memoria no se arruga. Recuerda fechas de nacimientos, de partidas, de vivencias, de matrimonios y divorcios y ‘enviudamientos’, de aquellas cosas que podía hacer y ya no. Números de teléfono, nombres completos, parentelas y descendencia hasta el vigésimo grado, y así. Memoria fotográfica, numérica, vivencial, intrigante. Días antes de intrigarme por su envidiable condición, actué junto a Margalida Castro en Pepas de Manzana, un cortometraje sobre una anciana senil y su desarraigo lento de la noción y de la memoria. Marga hacía de la anciana, yo era uno de sus nietos. Era una sola escena y, como había que hacer varios tiros de cámara, mientras cuadraban fotografía y sonido charlábamos de todo y de nada. Margalida es una persona muy conversadora, le agradezco por ser una perfecta excusa para no aburrirse uno, es genial y reconfortante hablar con ella, o cuanto menos, escucharla hablar. Por alguna azarosa razón llegamos a Cortázar, mi escritor favorito, y luego de muchas preguntas, opiniones y consideraciones, la escena se terminó. Cobré y ya estaba a punto de irme, cuando Marga me entabló una conversación. No recuerdo puntualmente sobre qué fue, pero al término de ella estaba anotando su número en mi celular y viceversa. Se maravilló conmigo y, al saber que yo estudiaba cine, me dijo palabras corteses que me tomé muy a pecho: “me encantaría trabajar algún día en algo tuyo”. A las dos semanas la estaba llamando para que me protagonizara lo que hoy es Lo Rojo. Le mandé el guión (como me lo pidió) y, en sus palabras, la conmovió. Aceptó sin condiciones, para mi fortuna: era la única persona que consideré para el papel, lo escribí pensando en ella y en mí como dos personas interdependientes. Pensé en una ventana. Escribí un esbozo al que titulé Generacional, pero me di cuenta de que no funcionaba. Lo reformé. Tenía que adecuarme a una locación, pues el set debía ser una sala con una gran ventana. La de mi casa estaba bien, pero el ambiente no era tan de abuela como yo quería, había que hacer un trabajo extenuante de arte y no tenía yo tanto presupuesto. Pensé en mi abuela paterna, quien vive en Chapinero y me decidí en pedirle prestada su sala por un día. Ella vive sólo con dos mujeres que la atienden, pero se la pasa todo el día mirando (o haciendo el esfuerzo de mirar) por la ventana de su cuarto. Eso noté en cuanto entré a su cuarto el día del scouting y la encontré en esas circunstancias rezando el rosario. Cuando acabó, me dio el visto bueno de filmar allá. Repasé, con más minucia esta vez, la sala de su apartamento. Era perfecto. Era como si, inconscientemente, el guión lo hubiera escrito pensando en esos sillones y esa ventana y esa sala. Volví a su cuarto para sentarme a su lado y leer un rato ahí. La miraba callado y, como si no pasara nada, llegué a la revelación de que era a mi abuela a quien interpretaría Margalida. Mi abuela no desvaría tanto como el personaje, pero la memoria es lo que las mantiene vivas y concordando en eso concordarán lo suficiente. Reformé el guión de nuevo por la locación y por las nuevas luces sobre mi abuela, y ahí sí lo envié a Marga.

Luego de pedir colaboración gratuita a diestra y siniestra, el día de la filmación terminamos siendo sólo el camarógrafo, el script boy, Margalida y yo en el set grabando con un solo equipo: la cámara. Ni luces, ni micrófonos externos, ni grip. No fue mucho lo que hubo que mover en la sala, de hecho lo que se ve en la película es completamente auténtico, así vive mi abuela, así es su ventana, sus pinturas, su mesa del comedor con sus sillas de terciopelo verde moco. Empezamos a grabar según el plan de rodaje, pasando penas por el infortunio de estar grabando en una ventana que da a la Calle 53 abajo de la Av. Caracas, lo cual implicaba pitos, sirenas, alaridos de vendedores y campanas de carros heladeros que se colaban cada nada en el micrófono de la cámara (de esos que, como dice Marga, “cogen hasta un pensamiento”), lo que significaba tener que esperar a que el semáforo estuviera en rojo (y dale con el color) y el tráfico parara para poder grabar de nuevo los parlamentos. Por fin, acabamos una hora antes de lo estipulado. En el descanso del almuerzo, traje a la sala-comedor a mi abuelita Sofía, cómo no. Conoció a mi equipo (tres personas son equipo, no importa lo que diga el que piense que no es así) y, habiendo comido, la llevé a su cuarto de nuevo haciendo escala en el baño y retorné a la sala con su bastón (ah, porque el bastón me lo prestó ella; me faltó poner en los créditos: “Utilería: Sofía Cortés”.) Margalida hablaba, mientras yo cuadraba un plano, sobre el cómo yo retrataba la memoria en una mujer vieja. Nos miramos. Cayó en la cuenta ahí, confirmándoselo yo luego, de que su personaje no lo había inventado yo: existía.

Creo que más que un ejercicio de cine fue sobre mi percepción de familia y del dolor luego de los años y lo que eso implica. Concluí que el dolor no se sopesa con el tiempo sino con paciencia y de eso mi abuela tiene mucho.


Le agradezco a Dann, a Sebas, a Marga y a mi abuela por este hijo que, si no ha de ser el mejor, aunque sea fue el menor y el más consentido.

26.6.09

Haiku de la niña

Gina quería dulces y se los prohibían.
Salió corriendo del supermercado con los pulmones vaciados y rellenados una y otra vez por alaridos pataletosos naturales de su edad.
Francisco corrió tras ella y antes de alcanzarla vio cómo pasaba por encima suyo un bus, desinflándola.

La prohibición vino por parte de su madre, quien por ser médico y saber que el hígado se veía afectado no la dejó.
La niña quería un paquete de gomas y ninguno de sus papás tenía para comprárselo, hecho que tomó por egoísta y vengó aullando en mitad del paraíso consumista.
Francisco lamentó haberla pateado tan duro, ahora todo era irremediable.

Gina decidió entonces correr y escapar de la prohibición, poder comer dulce en otro lado, gritarle al mundo por la injusticia de ser alejada del orgasmo palatial.
El grito fue tan fuerte que el supermercado se congeló. Un vidrio templado de nevera se rasgó. Su padré la golpeó para calmarla.
Ya en la calle, Francisco, recobrando el aliento, la insultó sin importarle lo plana que estaba sobre el suelo.

Gina cruzó aceras sin cobijo y calles renombradas, sólo para verse, en menos de tres minutos de sprint, arrollada por una moto.
Los padres de la niña, luego de correr tras ella por aceras renombradas y calles sin cobijo, lograron acallar su furor furibundo alargándole cuatro brazos repletos de diabetes en bruto.
La familia de Francisco le echó la culpa del fracaso de todo: ahora nadie más jugaría fútbol en toda la tarde.

Muerte
Manipuladora
¿Quién quiere jugar a otra cosa?


20.6.09

Con una leve emoción.

Me preparo para lo que será mi ópera prima, algo que tiene que ser un decente ritual de iniciación. Será sobre una abuela y su nieto partiendo sus vidas frente a una ventana.
Tengo muchas esperanzas en el proyecto, la actriz que hará de mi abuela (porque para escatimar gastos haré del nieto) es la dama más tierna y gentil que he conocido y no para de alentarme.

Ruego porque el día del rodaje todo vaya bien, preferí grabar de día para no preocuparme por luminarias y también de escribir un guión sencillo por dos razones: 1) corto tiempo de producción y 2) bajos costos mentales y monetarios. Además, siendo mi última oportunidad de participar en el la categoría Alexis del Festival de Cine de Bogotá, me quito el peso de dejar pasar la oportunidad. Punto aparte, esta categoría, aparte de ser una buena ventana de exhibición para necios adolescentes, es un excelente incentivo al imaginario en formación. Aun no ganando nada, me queda la satisfacción de haber cumplido un sueño de hace varios años, sobre todo tras haber leído cómo nació la categoría del festival y haberme identificado un pelín con el Alexis de carne y hueso. Aquí está la noticia: http://www.bogocine.com/xxiv/noticias.shtml?x=20156332. Y aquí está un balance de las ediciones pasadas: http://portal.urosario.edu.co/plazacapital/articulo.php?articulo=1130.

Punto y aparte, posteo las minibiografías de estos dos personajes y luego les comentaré cómo salió todo.

"Carmen no sabe qué más hacer teniendo la memoria más arrugada que su cara. El desgaste de los años ya se le nota, cada vez le pesa más levantarse, hablar lúcidamente, recordar cosas recientes. Por eso usa pañales, porque el único encargado de ella ya tiene muchas cosas que hacer como para estarla cargando al baño todo el tiempo. Este encargado es su único nieto, Daniel, el único hijo que su hija Lina tuvo, pues lo tuvo joven y murió casi igual de joven: un mes después de tenerlo. Como su yerno Pedro huyó antes del nacimiento, Carmen crió al niño sola, vendiendo envueltos de maíz mientras sus manos y su entereza eran fuertes. Esto no fue difícil, habiendo ella sacado adelante a sus dos hijos mellizos, Lina y Luis, que teniendo 7 años quedaron huérfanos de padre por culpa de la diabetes. A los 13 años de estar al cuidado del bebé de Lina, Carmen se vino abajo cuando se le complicó la artritis y su cuerpo no soportó ya la cruz de la vejez, cruz que sería más liviana de no ser porque los muertos que uno no mata pero sí extraña también pesan; su tratamiento médico carcomió los pocos ahorros monetarios que tenía y Daniel tomó las riendas de la jerarquía familiar y dejó de ir al colegio para ponerse a trabajar. Carmen se instaló en su apartamento de tiempo completo en total quiebra económica, agradeciéndole al cielo que su vivienda era propia porque cuando enviudó de Camilo, lo único que él no dejó (al contrario de lo usual) fueron deudas. Carmen no sabe si esperar morir o morir esperando. Sólo quiere que Daniel salga adelante y se enorgullece de verlo tan responsable y paciente. Sonríe como nadie cuando Danielito le pone a Chopin en el tocadiscos, pues Camilo solía tocar piezas suyas para ella.

Daniel es huérfano completo, la mitad es culpa de la Muerte y la otra mitad, de la Inmadurez y la Juventud, que vienen siendo hermanas. La Muerte se llevó a su mamá Lina un mes después de haber salido de ella, después de haberse decidido a vivir para luego lamentarlo. Las Hermanas, en cambio, se vieron involucradas en la vida del muchacho antes que la Muerte, esto es, antes que su Vida. Pedro, su papá legítimo pero huidizo, privó por decisión propia a Daniel de que alguien le enseñara a andar en bicicleta y le dijera cómo se conquista a una mujer siendo pobre en lo material. Carmen, la mamá de Lina, se autoproclamó nodriza permanente y, por muy inverosímil que parezca, su ser abuela logró arrancarle leche a sus glándulas y alimentar a Danielito. El muchacho creció yendo a un jardín escolar aburrido y era sólo cuando estaba en casa que podía aseverar que venir al mundo no era tan lamentable como todos decían, pues ahí disfrutaba su ser niño comiendo los envueltos que sobraban de las ventas del día (envueltos hechos con manos otrora firmes y ahora viejas de ya se sabe quién). Aunque su abuelita nunca le contó las historias de sus pérdidas humanas antes y al poco tiempo de su venir al mundo terrenal, Daniel intuyó que su vida diaria difería de la de sus compañeritos. Teniendo 13 años, la abuela Carmen decayó y estuvo hospitalizada por más de dos meses a causa achaques que se vuelven frecuentes cuando el ser humano vive más tiempo de lo saludable. Las necesidades, que si ya de por sí eran difíciles de saciar de no ser porque tanto abuela como nieto se tenían mutuamente, se incrementaron en ese momento, por lo que Daniel resolvió que si a todos les decían que nacer era un hecho lamentable, morir también lo sería y él no lo iba a permitir. No, al menos, en el caso de su abuela. Si ella habría de irse con su mamá, su tío Lucho (que murió tan joven) y su abuelo Camilo (cuya lontananza física fue insoportable en un principio para Carmen), al menos Daniel quería retribuir a la única persona que le importaba en el mundo (la única viva, al menos) la comodidad de una compañía. Daniel, siendo tan pequeño, notaba que sólo de amor no se sobrevive y empezó a trabajar de ayudante de bus recogiendo la plata de los viajeros. Lleva 5 años dignificando los días de su abuela, que pensaba iban a ser pocos luego de la crisis. Es el hombre de la casa, es el hijo de su abuela, es el nieto de la memoria. No quiere que su abuela muera sola, pero le preocupa lo que pase después: no habrá ya a quien dedicar su altruismo."

18.6.09

Segunda parte.

Tumbé el pequeño obstáculo gracias a que escribo y no me permito parar.

Aquí va, de nuevo, el irredento en busca de un exorcismo literario.