[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

26.9.11

Preámbulo para mi sueño.

[Austin TV - Cuando cerraste los ojos]

Sentir que se sigue en la misma noche aunque el calendario marque otro día.

La cama como cueva y la fatiga como excusa. Un ojos cerrados, un hacerme ovillo, un olerme a tientas, estar a la deriva inventando los sonidos, un suspiro como roca, un silencio como viento, un reloj como ventana, y allá estoy en mi casa, tres pisos de madera, un balconcito que da al valle, el río que brilla entre sus codos y nubes que anuncian lluvia.

Mis manos como dos ojos miran para lados distintos. Dedos en mi cabeza se encargan de tocar los postigos y las barandas, y esas plumas que se extienden bajo mis brazos me incitan a saltar al precipicio y jugar al ave que siempre he sido. Planeando sobre unos árboles altos, avisto mi pecho abultado y tirito un poco perdiendo altura, no sin antes aguzar la vista y prever un aterrizaje en plena carretera bordeada por el río. Allí las manos volantes terminan de instalar unos avisos luminosos, cargados de letras que no comprendo e imágenes sensotrónicas que no me evocan nada. Escucho unos pasos de máquina, un motor vibrátil y el zumbido característico de las bicicletas levadizas. Levanto vuelo para ver esa línea de asfalto sin perderme en los detalles y ahí, en el cénit de mi contemplación, dos ciclistas y sus cascos heliosónicos dejan su estela paralela, pintando un cuadro en el tiempo ante mis ojos y debajo de mí, perdiéndose luego en la siguiente curva y llevando consigo el canto que no nos pertenece. Vuelo en contravía, hacia las cimas altas, y algo me hala la cola desplumándome de a poco y quitándome los zapatos. Viro un par de veces para burlar la resistencia, pero encuentro un hilo atado a mi tobillo desnudo y permanezco atento a la próxima tirada. La cuerda viene de algún punto perdido en mitad del agua, y me tranquilizo dejándome cortar el viaje.

La caída es un reencuentro. A tres metros del agua, mis plumas pueblan la superficie y me ahogo en ellas antes que en el río. Muerto pero traído, la cuerda me señala que mi casa es ese espejo donde también puedo volar cada vez más bajo, lejos de toda gravedad. Ansío ahora el despegue, a donde mi casa me llame.


Pueblo la materia, disoluble.