[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

15.7.09

Bang.

Oigo un disparo a mitad de la noche.

Mientras hablo por Internet con un par de amigos y molestos desconocidos, un bang cercano y con un eco tenebroso irrumpen de repente en el silencio del barrio en el que vivo. Soy el único idiota que asoma la cabeza por la ventana de un cuarto que tiene la luz prendida, como si quisiera atraer algún disparo subsecuente, llamar a la Muerte por curioso. Miro a todos lados, sólo veo muchas ventanas desiertas, las calles igual, nadie corre, nadie grita, lo que oí fue un disparo, eso nadie me lo niega. Es mitad de la noche y la calle está igual de negra a todas las noches.

Miro bajo mi nariz, ocho pisos abajo está Raulito, el portero más amable del mundo, sacando las canecas de basura del garaje del edificio. No corre, no se asusta, sigue calmo como es siempre. Me pregunto si su estado indiferente se debe a que fue él quien provocó el bang, pero Raulito es prudente y alerta, incluso habiendo disparado seguiría atento o estaría agitado. Deja una caneca alineada junto a otras cuatro y entra al edificio por la puerta del garaje, pensando en el frío que le espera en la madrugada por estar el cielo despejado, se le nota en el caminado, piensa en eso siempre.

Alguien me habla en el chat, pregunta que por qué no le respondo. Sigo en la ventana, esperando bien sea otro bang u otro par de ojos en otra ventana buscando lo mismo que yo.
Nada pasa, pero la Muerte me toca el hombro: sigo sentado frente al computador.

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