[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

8.11.09

En mi cabeza.


Pueden ser los exiguos pelos o la comezón, pero cada vez me hace más falta.

Y es que nada se compara a mis afectos fuertes hacia sus uñas. Esa prolongación exacarnal de sus dedos, mañosa pero siempre pulcra y prudente, todos los minutos que pasó de poro en poro por mi cabeza diciéndome que esas cosquillas no eran por la irritación ni por efectos solares, que ella tenía envidia y celos y que quería ser la única causa de esa picazón constante y nada ignorable, de esa rasquiña cefálica bicefálica: tosca y mundana.

'My scalp, my scalp, scalp-scratch my scratchable scalp'. Cantaba como perico, cero armonía pero total jovialidad, no me importaban las escalas tonales o las progresiones, hacía una petición directa, urgente, primordial, prioritaria, egoísta, hedonista. Me fastidiaba el onanismo de las medialunas de mis dígitos, no se comparaba ni entraba siquiera en competencia con la angulación y seducción de las suyas, era por eso que me aguantaba las cosquillas cuando ella no estaba presente y me ocupaba de ministerios mentales maledicientes mixtos. Martillaba mi matera mas miraba mares en el cielo azur, azar azur; quehacer basura si se hablaba de productividad. Porque en medio del ocio el cielo tiene respuestas y mitades: elucidaciones, elucubraciones, eutrapélicas excentricidades, economías estelares.

En una ocasión soñé que tenía un puercoespín por cabeza, mi cuerpo era realista pero las púas no aceptaban dobles interpretaciones: el estallido de X estado emocional evocaría eventuales espinas en el encéfalo. Me preocupé y me escapé una noche de los cuidados de las uñas de Ella para pedir hospedaje en Intemperie.

Con su gorro magenta erré por vías sinuosas pero nada agradables que me miraban con vituperio y me causaban autovituperio. La calamidad del entorno sobre el vulnerable, era una noche larga y sórdida, contraria a las que vi por mi ventana durante mi arresto domiciliario. ¿El crimen? Querer la vida a pesar del fin fatal de las neoplasias. ¿La condena? Reclusión en mi habitación durante el tratamiento y cuidado permanente de una señorita Cora.

Al alba volví y mi Cora había volado. No apareció nunca más y no dejó ningún mensaje perentorio en papel, palabra u operación. Si le disgustó mi raudo desvanecimiento, nunca le pude explicar (más bien, justificar) mi necesidad de evacuar mis espinas. Jamás pude mostrarle los resultados de mi viaje nocturno hacia la luz. Nunca sabrá que la vi en la niña indigente que corrió hacia mí en el parque y me pidió compañía pues un ser misterioso la perseguía para dañarla. No podrá saberlo porque no tengo forma de decírselo. Mil novecientos setenta y cuatro posee teléfonos y correo, pero si su domicilio es ambulante, no tengo manera de enviar telegramas a una volatilidad.

Demora, Cora, ahora y nunca. Nunca.

Me pica la cabeza. La he rascado.
Me piqué los dedos. Los he rasgado.
Esas exaltadas estallaron, y no encuentro unas buenas tijeras con una buena angulación y ni una comedida seducción que me las pulan o sesguen.

Creo que todo está aquí arriba en el coco, pero cómo saberlo si me pica y no me aguanto, si mi onanismo me degüella, si mi esperanza de vida ahora se resume en otra señorita que ahora me pregunta si prefiero intravenosa u oral. Yo le respondo que me traiga mi gorro y que haga lo que le venga en gana.

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