[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

13.7.09

Nota sobre "Lo rojo".

[Acabé mi corto hace unas semanas, y haciendo el pressbook escribí esto que merece ser publicado en esto, mi solaz.]

Esta nota no tiene un fin explicativo, más bien sí uno expresivo. Expresaré lo que me llevó a un proceso arduo y, por contraste, regocijante. Mi abuela paterna está perdiendo la vista a pesar de que su memoria no se arruga. Recuerda fechas de nacimientos, de partidas, de vivencias, de matrimonios y divorcios y ‘enviudamientos’, de aquellas cosas que podía hacer y ya no. Números de teléfono, nombres completos, parentelas y descendencia hasta el vigésimo grado, y así. Memoria fotográfica, numérica, vivencial, intrigante. Días antes de intrigarme por su envidiable condición, actué junto a Margalida Castro en Pepas de Manzana, un cortometraje sobre una anciana senil y su desarraigo lento de la noción y de la memoria. Marga hacía de la anciana, yo era uno de sus nietos. Era una sola escena y, como había que hacer varios tiros de cámara, mientras cuadraban fotografía y sonido charlábamos de todo y de nada. Margalida es una persona muy conversadora, le agradezco por ser una perfecta excusa para no aburrirse uno, es genial y reconfortante hablar con ella, o cuanto menos, escucharla hablar. Por alguna azarosa razón llegamos a Cortázar, mi escritor favorito, y luego de muchas preguntas, opiniones y consideraciones, la escena se terminó. Cobré y ya estaba a punto de irme, cuando Marga me entabló una conversación. No recuerdo puntualmente sobre qué fue, pero al término de ella estaba anotando su número en mi celular y viceversa. Se maravilló conmigo y, al saber que yo estudiaba cine, me dijo palabras corteses que me tomé muy a pecho: “me encantaría trabajar algún día en algo tuyo”. A las dos semanas la estaba llamando para que me protagonizara lo que hoy es Lo Rojo. Le mandé el guión (como me lo pidió) y, en sus palabras, la conmovió. Aceptó sin condiciones, para mi fortuna: era la única persona que consideré para el papel, lo escribí pensando en ella y en mí como dos personas interdependientes. Pensé en una ventana. Escribí un esbozo al que titulé Generacional, pero me di cuenta de que no funcionaba. Lo reformé. Tenía que adecuarme a una locación, pues el set debía ser una sala con una gran ventana. La de mi casa estaba bien, pero el ambiente no era tan de abuela como yo quería, había que hacer un trabajo extenuante de arte y no tenía yo tanto presupuesto. Pensé en mi abuela paterna, quien vive en Chapinero y me decidí en pedirle prestada su sala por un día. Ella vive sólo con dos mujeres que la atienden, pero se la pasa todo el día mirando (o haciendo el esfuerzo de mirar) por la ventana de su cuarto. Eso noté en cuanto entré a su cuarto el día del scouting y la encontré en esas circunstancias rezando el rosario. Cuando acabó, me dio el visto bueno de filmar allá. Repasé, con más minucia esta vez, la sala de su apartamento. Era perfecto. Era como si, inconscientemente, el guión lo hubiera escrito pensando en esos sillones y esa ventana y esa sala. Volví a su cuarto para sentarme a su lado y leer un rato ahí. La miraba callado y, como si no pasara nada, llegué a la revelación de que era a mi abuela a quien interpretaría Margalida. Mi abuela no desvaría tanto como el personaje, pero la memoria es lo que las mantiene vivas y concordando en eso concordarán lo suficiente. Reformé el guión de nuevo por la locación y por las nuevas luces sobre mi abuela, y ahí sí lo envié a Marga.

Luego de pedir colaboración gratuita a diestra y siniestra, el día de la filmación terminamos siendo sólo el camarógrafo, el script boy, Margalida y yo en el set grabando con un solo equipo: la cámara. Ni luces, ni micrófonos externos, ni grip. No fue mucho lo que hubo que mover en la sala, de hecho lo que se ve en la película es completamente auténtico, así vive mi abuela, así es su ventana, sus pinturas, su mesa del comedor con sus sillas de terciopelo verde moco. Empezamos a grabar según el plan de rodaje, pasando penas por el infortunio de estar grabando en una ventana que da a la Calle 53 abajo de la Av. Caracas, lo cual implicaba pitos, sirenas, alaridos de vendedores y campanas de carros heladeros que se colaban cada nada en el micrófono de la cámara (de esos que, como dice Marga, “cogen hasta un pensamiento”), lo que significaba tener que esperar a que el semáforo estuviera en rojo (y dale con el color) y el tráfico parara para poder grabar de nuevo los parlamentos. Por fin, acabamos una hora antes de lo estipulado. En el descanso del almuerzo, traje a la sala-comedor a mi abuelita Sofía, cómo no. Conoció a mi equipo (tres personas son equipo, no importa lo que diga el que piense que no es así) y, habiendo comido, la llevé a su cuarto de nuevo haciendo escala en el baño y retorné a la sala con su bastón (ah, porque el bastón me lo prestó ella; me faltó poner en los créditos: “Utilería: Sofía Cortés”.) Margalida hablaba, mientras yo cuadraba un plano, sobre el cómo yo retrataba la memoria en una mujer vieja. Nos miramos. Cayó en la cuenta ahí, confirmándoselo yo luego, de que su personaje no lo había inventado yo: existía.

Creo que más que un ejercicio de cine fue sobre mi percepción de familia y del dolor luego de los años y lo que eso implica. Concluí que el dolor no se sopesa con el tiempo sino con paciencia y de eso mi abuela tiene mucho.


Le agradezco a Dann, a Sebas, a Marga y a mi abuela por este hijo que, si no ha de ser el mejor, aunque sea fue el menor y el más consentido.

1 comentario:

  1. Suena muy interesante, sabes?
    Uno nunca se imagina... Y se puede ver? Dónde? Cómo?
    ;)

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