[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

24.10.09

Los que se pisan

[De mi blog anterior; escrito el 23/03/09]

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¡Cuánto quisiera correr y correr! Corre él y corren muchos dentro de él, corren otros, corren conocidos, extraños, la prisa les gana.

Los pies prestos contra el suelo y las tapas del calzado desgastándose. La cabeza destrozada y las piernas ágiles, inquietas, huidizas y salvadoras. Es el atajo hacia la respuesta, la vía rápida hacia la salida de emergencia.

Muros, charcos, mucho pasto y mil y un calles, todos obstáculos torpes y testigos mudos del apuro. Ninguno comprende la magnitud del desespero y la sinsalida, ninguno se solidariza ante el afán de llegar. Si aunque sea los muros se agachasen, si los charcos brindaran una sensación lubricante de deslizamiento, si el pasto tuviera menos fricción y estuviera siempre cortado a ras, y si las calles estuvieran vacías y al nivel de los andenes para no desperdiciar el tiempo bajando de una cuadra para subir a otra… Si la ciudad fuera un cómplice, una madre alcahueta, un ente permisivo que no interfiere en las acciones de sus hijos, si tan sólo fomentara el libre tránsito y se pusiera en los zapatos del que corre sin parar, sin detenerse a respirar siquiera pues esto ya pronto sería una nimiedad. En esos mismos zapatos que aúllan y cuyo paso retumba en el aire estridente de cualquier tarde urbana.

Ese par de vasijas con cordones, esas dos ruedas amorfas sin llantas pero con una trama semejante en su base, que puede rellenarse de boñiga en sus recovecos o de palitos caídos o de barro o de chicles abandonados. Llévenlo raudos, acérquenlo a su resolución y no sean jueces entrometidos en su juvenil e inmadura decisión, pero necesaria para tan pocas garantías.

Un ascensor del edificio donde reside, una escalera al cielo, a la gloria. Los zapatos descansan durante el ascenso de la plataforma y se alistan para correr por última vez. Los ojos rebosantes y la llave que gira para quitar un último obstáculo.

Ahora frente a ese balcón, se siente ido, inerme, amorfo, metafísico y mental. Sin coraza. Con frío ante la ciudad fría. Sus pies sin zapatos corren y saltan, tras tres metros, por encima del barandal; las piernas adjuntas sin pantalón de dril se saben menos tiesas, un tronco sin camiseta cuello en V que suspira al final, dos brazos sin mangas a rayas que se doblan hacia delante como queriendo amortiguar el mundo y una cabeza calva hecha añicos desde antes de que los zapatos se echaran a la carrera.

3 comentarios:

  1. Me parece una calidad de ecritura como pocas, la que encuentro en el blog.

    El quehacer diario, es arrollador. Tal vez, sea cierto, que lo queda son zapatos, que van de un lado para otro.

    Abrazo

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  2. Es así nuestra pobre vida cuando regresamos de una ardua jornada laboral.
    Un gusto visitarte, gracias a Javier Saez.

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  3. ¿Cuándo dejamos de luchar por lo que creemos?, ¿cuándo nos dejamos atrapar por las pisadas de otros? Plasmas con gran lirismo la soledad y el fracaso.
    Me ha encantado leerte.
    Un abrazo. Desira.

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