[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

26.7.09

El cruce.

Salía trotando cada mañana y nunca aminoraba la marcha estando helada la calzada.

Ya que perros habían muerto cuatro, esposas dos, hijos habían partido pronto y enfermeras para qué, salía a trotar luego de tomar jugo de naranja en solitario sentado a la mesa. Siempre contaba los sorbos y había tantos sorbos como pérdidas en sus años previos. Este réquiem cítrico era diario y le resultaba paradójico que nadie le hiciera uno a él en unos años, cuando ya nadie cortara ni su pelo ni sus uñas y la piel se le descascarase despidiendo olores nada parecidos a la naranja.

El ritmo cardíaco no lo medía. Le preocupaba más el estado muscular de las piernas y lo recto que llevara la espalda. No solía cargar nunca bolso o canguro, igual sólo iba con las llaves de la casa y los papeles. Cada trote era respirar más hondo, acomodarse la gorra ante el sol que para entonces ni había salido, estar alerta a cualquier conductor soñoliento en los cruces, pensar en el desenlace del libro que había dejado abierto y bocabajo en el piso de su cuarto anoche: <<¿Pero por qué no sale de ahí y deja de perder el tiempo, qué no se da cuenta de que ahí no hay nada? Aj, Clarice tonta, si no te apuras la chica morirá...>>. El hombre inhalaba y exhalaba, y hacía el esfuerzo por no devolverse y sucumbir a las últimas treinta páginas.

Semáforo peatonal en rojo, parada obligatoria en la esquina y paciencia hasta que cambie y los carros paren. El cuerpo no debía perder el impulso, por eso él seguía trotando en su puesto hasta que el muñeco rojo se apagara, uno dos, uno dos, inhala exhala, inhala exhala. Al otro lado, un gato quieto. Carros que no pitaban pero sí mugían pasaban como espectros maquinados. Al otro lado, todavía, un gato. Ya no quieto, ahora erizado y alerta. Uno dos, seguía con el ritmo, no desaceleraba, no bajaba la constancia de mantener el cuerpo trabajando, un amago de calambre en la pantorrilla derecha, ya no, no era nada, uno dos, el aire seguía entrando y saliendo. Al otro lado, el muñeco verde apagado y un gato miraba rayado, menos erizado pero más alerta. Ahora sólo pasaban bicicletas y buses, no menos rápido que los carros pero con sonidos cada vez más agudos. Las bicicletas silbaban al pasar, el hombre seguía inhalando, botaba el aire por la boca, se cansaba cada vez más, no podía esperar a que el semáforo cambiara, debía arrancar ahora o se desmayaría en el punto con un gato por testigo, gatos pardos inmundos, por eso él había tenido sólo perros, cómo desearía un perro ahora, otra bicicleta que silba, el gato lo mira erizado de nuevo y ahora sí quieto, al menos el perro lo protegería de esos ojos rayados y ese aliento a animal sucio, animal de nadie, ni siquiera de sí mismo, esos ojos no son propios, inhala exhala, se habían muerto cuatro ya, el último por paro respiratorio, un bus más que pasa sin recoger a la señora peliteñida del paradero, <<¿se habrá dado cuenta ya de que no puede perder más tiempo o la chica morirá?>>, al otro lado, un gato quieto y erizado y alerta y nadie más cerca, el trote en el punto estaba cada vez más extenuante, sudor frío pasaba del cuello al pecho y se colaba todo el frío de la mañana ahí, un muñeco rojo que seguía encencido y recto, los mugidos inorgánicos eran más frecuentes y borrosos, una gorra que era acomodada de nuevo, un primer rayo de sol puro, el muñeco verde que fue forzado a encenderse por fin y el cuerpo del animal que, cruzando, cayó tendido en mitad de la cebra y ahora sí que estuvo quieto. Esa mirada y ese jadeo no eran suyos, no lo comprendió ni ahí bocabajo.

El borde de una página estaba doblado en esa posición tan incómoda. Aunque la chica sobrevivió, a diferencia.




(Fotografía: © ironiafelina)

1 comentario:

  1. "Este réquiem cítrico era diario y le resultaba paradójico(...) y la piel se le descascarase despidiendo olores nada parecidos a la naranja (...) no lo comprendió ni ahí boca abajo"
    Me encanta. Creo que voy a enclichar esas dos palabras con tus escritos.

    ResponderEliminar