[el blog de como cuando uno suele por tendencia tratar de evitar caerse cuando como por error se tropieza con un borde de esos pequeños y escondidos y uno intenta sortear entonces la caída que le sigue y cuando sabe que no puede esquivar el golpe del piso le toca como girar para caer sobre el brazo protegiendo el pecho o con los brazos primero como queriendo ser fuertes pero el dolor igual se siente y ya cuando uno deja de pensar en cómo recibir el totazo es que se está o sobando o queriendo levantar]

23.12.11

Umbral [cuento]

[Acabando el año, retomo textos que quedaron en el baúl y los publico por acá. Esta fue una aplicación para un concurso de cuento organizado por el IBRACO en homenaje a Clarice Lispector. La condición del concurso era que cada cuento comenzara con las primeras líneas que leerán a continuación; de ahí en adelante, todo era a libre elección. Admito que aunque la temática tenía que estar relacionada en algo con Brasil, omití esto y en el concurso nada ocurrió. Sin embargo, no siento que ese haya sido "el error" que hizo que no ganara, pues más allá de eso fue un buen ejercicio de escritura en su momento. Cuento, poema en prosa, relato... no sé.]

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[Foto por Vanjerono]


Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias. Si al final de la tarde te preguntas por mí, sólo cruza la calle y entra pasando la verja, el arco, el ángel, la estatua. Transita las losas rotas al inicio del sendero como olvidándote de lo que pisas, que al fin y al cabo es un terreno de desechos, y pasa junto a dos o tres mausoleos antes de recordar que allí también se han marchito flores esperando el agua sobre las paredes. Silba algo que rompa ese silencio que no está afuera sino en ti, y date cuenta de que a tu alrededor el silencio no es oscuro ni nadie llora por él, mientras cada árbol plantado remplaza cada humano perdido. Si tus pasos ceden ante la mirada de alguna cruz bajo un busto, puede que sientas la culpa que nadie te impugna, podrá arder en tu garganta un hoyo con forma de grito, y ahogarás, tal vez, un sinnúmero de angustias. Pero no te detengas, anda, sigue pisando la sequía de esas losas, que se hace noche y nadie nunca recuerda cómo salir de un laberinto a oscuras.

En el centro del albañal, donde se juntan los senderos, unas cercas rodean lo que fue un tronco viejo y anaranjado, con aserrín aún inerte sobre su base y los anillos de su edad recibiendo el agua que empieza a caer para también morir un poco. No llevas más que tu chaqueta para excusarte del frío que te circunda, para excusarte de las cercas que rodean tu tronco también ajado. Sientes los ríos que bajan por tu pelo y evitas mirar hacia arriba para que no vean en tus ojos una razón para arreciar.

Como si mirar al suelo te mostrara el destino, miras por fin a ambos lados y detallas la caravana que sigues desde que entraste. Gimiéndole al frío, caminan contigo otros trajes oscuros en esta ciudad de edificios de piedra. Si la caravana avanza sin esperarte y pierdes las hojas tiesas que te guían detrás de ella, ausculta al viento buscando la voz que mi pecho sella. Fracasa con cada intento mientras algo gris rompe fuente y mira el charco de egoísmo en las caras de los dolientes, su palidez mientras lo inminente los obliga a preguntar, las palabras que aúllan a los oídos apagados y la negación que mañana los traicionará. De la mano de algún traje una niña te mira, y no puede evitar tropezar con alguna raíz que sobresale. Otra víctima de esos ojos que arrastras, otra duda que inicia y otro ingenio vencido. Ahora hay duelo en sus rodillas y otra losa rota puede oler la savia que tus ojos ansiaron. Culpable, te dice mi voz que ya alcanzas, culpable, como rapiña justa, culpable, como quien puede, a pesar de la lluvia, oler la sangre en la mitad de un basurero. Ahora, ahí, como nunca, culpable. Pedí permiso para llevarme tus puñales pero sólo traje los que ya tenía adentro. Nunca supe en qué otro lugar buscar su trampa o su miseria, la sed de otro cuerpo o el hambre de otro sueño. Al parecer nunca dejarás de abastecerte. Entendí al traspasar la verja, el arco, el ángel, la estatua, que el puñal eres tú y que en cada carne vejada sólo dejas una huella que se seguirá sintiendo hasta alguna era remota. Esas manos de púas, ese beso cortaárboles, ese abismo de sevicia que alguna vez exigí, calan ahora en otros ojos, en otra rodilla, detrás de la caravana que ya por fin se detiene.

Y aunque se libre de mi pecho y vague inmunda por la maleza, mi voz golpeará el lugar para orquestar el fin de la marcha. Bajo el paraguas ajeno que ya logras amedrentar, observas la jaula cavada que empieza a inundarse sin que a nadie le importe, y a ti, que no importas, mi canción te atraviesa desde el cielo. Dos rezos y varias cruces cierran el ritual ante mi sepulcro. Ya la procesión se confía expiada y lanza, por fin, la caneca al foso. Lava de sí el deseo de ser a quien desechen, la ansiedad de ser quien viaja, la envidia y resignación de ser quienes siguen moviendo sus piernas para morir de vez en cuando, una vez al día, una vez al año, antes de unirse a la basura que acaban de despedir. Es, en ese entonces, cuando entiendas que he vuelto, putrefacto y encerrado, he vuelto, entre paredes de barro y con tormenta del otro lado de la tapa, he vuelto. Para seguir muriendo un poco con cada estocada que nos demos, de lado a lado, por parte y parte.

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