
No pienso mucho sobre el 'significado' cuando empiezo a escribir o dibujar, y no siento una gran necesidad de definirlo luego. Estoy simplemente motivado por una o dos imágenes o conceptos que encuentro muy interesantes, que tienen sentido pero que están también incompletas y requieren interpretación.
Tiene gracia que ahora que todo el mundo tiene su propio misil balístico intercontinental en casa ya nadie piense en ello.
Al principio los repartieron al azar. En un primer momento fue muy emocionante: algún conocido recibía una carta del gobierno y al cabo de una semana un camión le llevaba el misil. Después tenía que haber uno en la casa de cada esquina, más tarde también en la de los vecinos de estas, hasta el punto que hoy en día resultaría extraño que alguien no tuviera un misil junto al cobertizo del jardín o junto al tendedero.
Sabemos por qué los tenemos ahí, por lo menos tenemos una idea aproximada de ello. Sabemos que debemos proteger nuestra forma de vida en un entorno cada vez más hostil, que todo el mundo debe participar en la seguridad nacional (aliviando la presión a la que están sometidos los almacenes armamentísticos) y, sobre todo, que cada cual tiene derecho a sentirse recompensado con la sensación de estar aportando su granito de arena. Es un compromiso modesto. Sólo implica limpiar y encerar el misil el primer domingo de cada mes y, de vez en cuando, echar un vistazo a la varilla del nivel de aceite. Una vez cada varios años recibes una caja con un bote de pintura, señal inequívoca de que ha llegado el momento de eliminar cualquier rastro de óxido del misil y de que hay que darle una mano de pintura de color gris plomo.
Muchos de nosotros, no obstante, hemos empezado a pintar los misiles con otros colores e incluso hay quien se ha animado a decorarlos con dibujos de mariposas o motivos florales.
Ocupan tanto espacio en el jardín que lo mínimo que podemos hacer es intentar que queden bonitos. Además, los panfletos del gobierno no prohíben utilizar otros tipos de pintura que no sean los que ellos te proporcionan.
Últimamente también nos hemos acostumbrado a cubrirlos de lucecitas de Navidad. Deberíais subir a la montaña de noche y ver los centenares de agujas encendidas que brillan y parpadean en la oscuridad.
Además, al misil del jardín se le pueden dar un montón de usos prácticos. Si destornillas la tapa inferior y sacas los cables y todo el resto, puedes utilizar el espacio como semillero o para guardar las herramientas, las pinzas de tender la ropa o la leña. Si se renueva un poco más a fondo, puede transformarse fácilmente en una fantástica "cabaña-cohete espacial" y, si tienes perro, puedes ahorrarte la caseta. En una de las casas incluso han plantado una chimenea en la parte superior del misil y lo han transformado en un horno para pizzas.
Sí, todos sabemos que es muy posible que el día que el gobierno decida finalmente venir a buscaros, los misiles ya no funcionen, pero con el paso del tiempo hemos dejado de preocuparnos por eso. En el fondo, la mayoría tenemos la sensación de que es mejor así. Además, albergamos la esperanza de que, si en los países del otro lado del mundo las familias también tienen los misiles en el jardín de casa, armados y apuntando hacia nosotros, también ellos les hayan encontrado aplicaciones mucho mejores.
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Velatorio
Una noche fría, el pasado invierno, hubo un incendio en la casa de un tipo de días antes había matado a su perro a palos.
Puesto que se trataba de un tipo forzudo, consiguió rescatar todas sus pertenencias: sin la ayuda de nadie fue sacándolas del edificio en llamas y las fue dejando en el jardín. Cuando hubo acabado, un centenar de perros de todos los tamaños y colores surgieron de las sombras circundantes para echarse encima de cada una de las piezas de mobiliario y sobre cada electrodoméstico como si fueran suyos. No dejaban que el hombre se acercara y lo mordían con rabia cuando intentaba pegarles, pero por lo demás se quedaban muy quietos, observando las llamas, impasibles.
El fuego ardía con una intensidad sorprendente y la casa se derrumbó al cabo de pocos minutos. Furioso, el tipo salió corriendo a buscar un arma. Como si obedecieran a una orden, los perros bajaron al suelo, formaron un círculo y empezaron a hacer pis por turnos sobre todos los objetos rescatados. En una ocasión llegaron a aullar, ni muy fuerte ni mucho rato, pero con tanta melancolía que incluso los que no lo oyeron se revolvieron en sus camas con inquietud.
A continuación se marcharon y se perdieron por calles y callejuelas, balanceando la cabeza al paso de su trote, sobre el cemento que cubría lo que algún día había sido tierra negra. No miraron atrás y no vieron las últimas llamas que ardían en el jardín, ni al tipo que volvió con una triste palanca y se quedó llorando entre las cenizas, completamente solo. Los perros sólo pensaban en su casa: el olor de su hogar calentito, de las mantas recién lavadas y las camas en las que dormían los humanos que les habían puesto esos nombres tan peculiares.
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